jueves, 12 de septiembre de 2013

- DON EMETERIO Y SU CONTEXTO -



Dentro de tres meses, cumplirá cien años. Y, de hecho, si le ves al lado de su cuidadora y en la silla de ruedas, puedes imaginar su provecta edad. Mas D. Emeterio siempre te va a engañar y sorprender.
Porque, claro, le ves ahí con carita de bueno y de despistado, con su espalda con lordosis, y con su cabeza caída siempre hacia abajo, que no imaginas su tiempo y su personalidad reales.
Lucidez. Lo descubrí ayer cuando no sé porqué me puse a charlar con el viejecito ante la mirada extrañada y sorprendidamente divertida de algunos. ¿Por qué iba a mí interesarme una charla con un hombre aparentemente tan avejentado y casi centenario? Nadie o pocos, lo entendían ...
Le saludé, y Don Emeterio alzó su cabeza y aguzó sus orejas de sordete para poder escucharme. Sus ojos son bondadosos y definitivos a un tiempo. Parece inofensivo, pero si escarbas te quedas inquieto.
Es educado, ceremonioso, de Xàtiva, hombre de otro tiempo y contexto, pero a la vez eterno y real. Singular.
La guerra. Le marcó la guerra. Porque a un niño que nace en 1913, la guerra se lo marca todo. Y éso, que el señor Emeterio me la cuenta, aunque me confiesa que no hay nada que deteste más.
Me dice que su tiempo fue la tremenda Guerra Civil española, y que él acabó dedicándose a formar e instruír soldados para el ejército republicano de la Democracia española atacada por los golpistas.
Aunque el señor Eleuterio no es un militar, es evidente que tiene todas las trazas. Seguramente, militar a la desesperada, miliciano, humanista, y con una enorme lealtad.
Me cuenta D. Emeterio, que estaba a las órdenes de un general republicano en Barcelona, y que se chupó toda la tostada de la brutal guerra fratricida. Y que el general, viendo lo valeroso y siete veces leal y obediente como era Don Emeterio, le confesó en un día de sinceridad extrema: "Muchacho, tú hubieras defendido igual de bien a este bando como al de los de Franco..."
Leal y bueno. Emeterio hacía lo que se le mandaba. Estaba en la primera línea de fuego, si había que recoger los cadáveres se hacía, o si había que infiltrarse por lugares de riesgo se sabía que podían contar con él. Porque el señor Emeterio nunca iba a decepcionar a nadie.
A pesar de su delgadez y baja estatura, el setabense Emeterio era fuerte como un roble. Y aguantaba los bombardeos que le caían a cien escasos metros de la oficina de su general republicano en donde también estuvo cuando se supo de su valía. Cada media hora,  noche y día sin parar, un enorme bombazo físico y emocional caía sobre las conciencias y las mentes. Pero, Emeterio, con su serena aceptación de las terribles cosas, se rehacía y a seguir.
Me termina hablando con la disciplina y hasta sequedad de un hombre de acción y necesariamente práctico. No había opciones. Y aunque no sufrió jamás una sola herida de guerra, sus secuelas siempre fueron otras.
Me dice que tras acabarse todo, no quería leer nada sobre las guerras, ni escucharlo por la radio, y que incluso no quiso saber nada de mujeres, o de planes, o de gratitudes. Que él había perdido la guerra. Y que lo que más le gratificaba no es que él hubiera podido sobrevivir. A Don Emeterio le preocupaban los demás. Todos los demás. Los heridos y los muertos. El dolor irreparable y evidente de aquella barbarie entre sus amigos y su familia. Yo creo que el señor Emeterio ha sido un humanista más que soldado inevitable.
Yo, le dije: "Oiga, Emeterio, ya me gustaría a mí llegar a los cien años con las cosas tan claras en la cabeza, ¿sabe? ..."
Y el abuelo me contestó a lo militar: "Pero eso tienes que trabajarlo ya, ¿eh? Sí. Desde ahora mismo. Desde el presente. Nunca hay que esperar ..."
-GRACIAS POR LA LECCIÓN, SEÑOR-

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