lunes, 15 de julio de 2013

- EL PASADO EN MI PRESENTE -



No cabe duda de que soy un romántico convencido y un idealista irredento. Os cuento. Veréis.
Quienes me seguís habitualmente, sabéis que mis padres fueron unos seres   nobles  y  tremendamente frágiles a los que la vida les vino grande. Y yo de pequeño no comprendía bien lo que sucedía. No entendía por qué el resto de mi familia más inmediata no les orientaba ni ayudaba. Y por todo lo contrario, les esquivaban, les ponían tierra por en medio y les ignoraban.
Han pasado varias décadas. Mi padre ya no está. Mi madrecita guapa, va transitando por los momentos postreros de su vida, y su dependencia es casi total de mí y de mi hermano. Sinceramente, yo no quisiera llegar a esas edades.
Vuelvo a la familia que nunca tuve. Lo que pasa es que el hecho de que la familia nunca esté ni se le espere, no significa que no exista. Y aquel lastre dramático y terrible se aparece en mi vida del presente, y me genera situaciones de gran tensión, las cuales debo por mi salud evitar. Cerrar y borrar del todo.
Mi familia. Mis inmediatos. Mis tíos, mis primos hermanos, ¿qué pasó con todos ellos? Es una buena pregunta. Es una pregunta inevitable. Muchas de estas personas viven en mi Valencia, y además muy cerca geográficamente. Pero la distancia emocional solo se mide con años luz.
Sí. Ayudar a mi padre y a mi madre no era agradable ni goloso, pero quizás lo peor iban a ser las consecuencias de permitir que se casaran y que tuviesen descendencia. Finalmente, todo lo peor sucedió. Mis padres sucumbieron a su sino, y los niños tuvieron que sufrir en exceso. Os contaré dos significativas anécdotas.
El otro día paseaba a mi madre con la silla de ruedas por la barriada y me encontré con una señora, la cual no es otra que mi prima hermana. Se acercó a mi progenitora, pero a su cuidador que soy yo, nada dijo. Asombrado, le inquirí acerca de si sabía quién era yo, y me contestó con indiferencia: "Mi primo hermano debes ser..."
Y finalmente, otra anécdota, esta vez de mi familia materna. Porque mientras caminaba portando a mi madre por la calle de Quart camino de la Plaza de la Virgen, se acercó a interesarse por mi madre la mujer de mi tío ya fallecido.
Esta otra señora-, como la anterior-, jamás vienen a visitarla porque no lo desean. Porque no la quieren ni la han querido nunca. Y esta vez, no lo pude superar. Su hipocresía, me venció. Le dije hasta que me cansé, la afeé totalmente su conducta, y le insistí una y otra vez en que nos dejase en paz.
Dicha nefasta señora, al verme enfurecido, no sabía bien cómo reaccionar. La recuerdo cuando vino una vez a casa cuando yo era un niño. Hacía mucho frío y mi madre no había caldeado la casa porque mi tesoro materno nunca ha estado bien. Al llegar a mi casa ese desdichado personaje, no hizo el menor comentario orientativo y conveniente. Pero veinte minutos después soltó a modo de desprecio y con desagrado: "¡Caramba! ¡Qué frío hace aquí! ...
El pasado en mi presente. Me cuesta asumir que no debí jamás esperar nada de esa familia tan negativa. Sigo pensando a veces que están ahí, que hay calor y aceptación, que está el beso y el abrazo que nunca tuvieron a bien darme, y que mi familia existe.
¡No! Más calmado, reflexioné y tomé agua fresca del presente. Dar carpetazo a todas esas personas que convirtieron mi vida en una potente adversidad, nunca será fácil. Pero es necesario el hacerlo. Aprendo que es lo mejor. Mi única familia es una comprensión, un abrazo y una aceptación. Aquel terrible desencuentro y aquella fatal distancia, seguirán siempre en esa familia que nunca tuve..., ¿y qué?
La familia no se elige. La familia es un azar que nunca sabes qué te va a deparar. Ahora mi familia es mi conciencia y mi amigo es el futuro. Lo mejor que puedo hacer es seguir y no mirar hacia atrás con tristeza o desazón. Besos a mi maravilloso padre Alfonso, y a mi entrañable mamacita Carmen. Os quiero.
¡Y FELICIDADES, SEÑORA CARMEN!

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