jueves, 11 de julio de 2013

- CONCHA GARCÍA CAMPOY SE VA, ENAMORANDO CON SU TALENTO -



No por previsible o esperado, es menos doloroso. Se nos ha ido a los cincuenta y tres jóvenes años, la periodista 10 Concha García Campoy.
Me dirijo desde la metáfora y la admiración, a su gran amigo y veterano periodista Arturo González.
Admirado Arturo que no sé por dónde andas ahora en esto tan serio de periodismo que la ibicenca Concha cumplió bien a rajatabla, qué suerte tuviste de tener como cómplice y amiga a esa extraordinaria y más que bella señora ...
¿Qué se sentía trabajando en el lado de su periodismo centrado, escuchador, actual y valiente?, ¿qué secreto tenía esa joven y maravillosa periodista de las mañanas de Quatro y del mil millones de programas de la radio y de la tele más, maestro veterano? ...
A veces, notas una ausencia, una pérdida, y una cosa como si los periodistas de verdad y de raza hubieran sido secuestrados por bustos parlantes oportunistas y sin interés.
Qué suerte tuviste, Arturo. Seria, elegante, culta, carismática, y ahora mito por joven muerte y adiós. Sí, Arturo. Os recuerdo a los dos cuando ella te sonreía porque te veía venir, y cuando tú te ponías la melena blanca de tu cabeza lúcida y nos dejabas descolocados a todos. Oye, qué suerte debió de ser el ser acompañado y centrado en una mesa plural y amiga sin gritos pero con toda la verdad, amigo ...
Concha, alta, seguidora de la actualidad, intuitiva, y que gustaba de algo tan escaso hoy en los medios y que se llama escuchar. Sí. Escuchar a los interlocutores y a los entrevistados. Escuchar la sensibilidad democrática de los que sufren, ser consciente de que ser paz era dar participación y no exclusión, que ser periodista era convocar al Maligno si fuese necesario.
Tú, Arturo González, estuviste en sus tertulias como un maravilloso enchufado de lucidez, y te dejaba que soltaras toda tu expresiva traca final. Porque ella era inteligencia y clase, elevación y neutralidad, defensa de lo público, y atención a todas las partes y a los sectores vivos que se mueven en torno a nuestro tiempo eterno.
El periodismo de Concha, era todo menos estático o aburrido. Pero con educación y sin gritos. Sí, Arturo. Hablar no era lo que hoy se hace. Concha cojía la manija y el balón, y tenía como el Barça su dominio del tempo. Hermoso tempo.
Concha y su enorme calidad profesional. Concha y sus oyentes y televidentes. Concha y su capacidad de llegar al espectador sin entrar al detalle obsceno, y dejando su sello y su impronta impecables. Sencilla y sin ruído, mágica y sin abusar del sexy, periodista capaz de situar las prioridades en la concreción.
Arturo González. ¡Oh! Menuda pareja de periodistas. Lujo añorado que ya nunca volverá. El tiempo y la vida corta son crueles y no se puede hacer nada. Pero todo se renovará, entrañable y también mágico Arturo, y vuestro ejemplo calará sin pesimismos en generaciones venideras.
Recuerdo, Arturo, cuando te emocionabas al ver a una niña herida, o cuando a un anciano le hacían daño, o cuando la sensibilidad conducida por esa larguirucha y bella maestra llenaba los estudios y los platós.
Se ha ido en mi Valencia, en el Hospital La Fe, y yo no sé decir sino la palabra emocionante llamada silencio sereno, Arturo.
Gracias a Concha, a tí, y a todos los que hacéis grande la labor de informar y de concitar la verdad y la pelea de lo social y de lo cotidiano. ¿A que es bueno llorar, amigo Arturo González?, ¿a que llorar por Concha es llorar sin la mácula de la impostura?, ¿por qué la queríamos tanto?, ¿lo sabes, Arturo? Sí. Claro que lo sabes ...
La balanguera y la fila, la balanguera filará, cantaba en catalán María del Mar Bonet. La hilandera y el hilo, la hilandera siempre hilará páginas de besos admirados.
¡GRACIAS, CONCHA!

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