¡Gaitas! Ni anciana, ni vieja, ni leches. No acepto nada de esos rollos que los míos me sueltan todos los días. Porque, mira que son cuentistas toda esta gente,¿eh? ...
Es verdad que tengo ochenta y séis años, porque nací en el año 26 del pasado siglo. Y si hago las cuentas, salen ochenta y séis años. Pero, ¿y qué? Lo que pasa es que viene la gente, y me dice no sé qué que nunca entenderé de los cuidadores o no sé cómo se llaman.
¡No y no! Mis curiosidades, no son nadie. Mis hijos, son mis hijos. Y ya es un rollo que siendo yo la madre de los dos, no pueda yo levantarme por las mañanas como siempre he hecho, irme solita al baño como siempre, y asearme y limpiarme. Sí. Como siempre he hecho, ¡leñes! ...
A mis hijos, a mí lo que me gusta es verles sonreír y nunca darles la matraca, y ver que se encuentren bien, y ver a ver que no me fío mucho de éllos porque siempre han sido hombres y desastrados, y todo éso propio de los hombres. ¿Qué ha de saber un hombre de la casa, y cómo se ponen los vasos o se hace la colada o se planchan las camisas. Bueno, pues va y ahora me salen con que quieren hacerlo todos éllos, y sólo éllos ...
Y ahora, yo, me siento como una inútil que no vale para nada, y para levantarme necesito de sus brazos y de sus manos, y hasta me han de limpiar, e incluso me siento mal porque les soy una carga, y me llevan en una silla de ruedas a los jardines, a la calle y a todas partes.
Fíjate tú. Yo, en una silla de ruedas como los cojos y los impedidos, cuando toda la vida de Dios he caminado con mis propias piernas y sin el menor problema, y les he ido a comprar, y les he hecho la comida, y todo de todo. ¿Qué sabrán éstos? ...
Y, espérate, que hay más. Ahora resulta que me vienen a casa unos tipos raros que se llaman no sé qué de cuidadores. ¿Cuidadores a mí?, ¿me tienen que cuidar unos chicos que seguramente no sabrán ni llevar una casa, ni tendrán sabiduría, si sabrán hacer un pimiento? Maldita sea. ¡No es justo! ...
¿Sabéis lo que hago yo con los cuidadores? Os lo contaré, pero guardadme el secreto. Veréis. Como no sé quiénes son y están de paso,-porque de vecinos somos todos muy buenos y además a éstos los pagan-, lo que hago es no tomarles mucho en serio en esa cosa de los cuidados, y como los veo que en el fondo son unos infelizotes a los que les estoy dando la tarde, decido que lo mejor que puedo hacer es cuidar yo de éllos. Pobres chicos ...
Y trato de ser una madre para con éllos, y en realidad soy yo quien les cuida, y trato de que vean la tele y estén bien y a gusto en la casa, y si tengo que sacrificarme mis cosas para que no se cansen o se incomoden, entonces me callo y no les digo nada, a la espera de que vuelvan mis hijos. ¿Cómo voy a fiarme de extraños, a pesar de que se portan bien?,¿quiénes serán esos chicos que cobran por estar aquí en la casa conmigo, que no sé por cierto para qué tienen que estar? ...
Y, he de reconocer, que cuando se van y regresan mis hijos, es otra cosa. Porque entonces puedo decir y hacer lo que quiera con naturalidad porque son mis hijos. Y éso que dicen mis hijos de que les doy guerra y que no le dejo ni respirar, estos tontos del capirote. Menos mal que tengo paciencia con éllos, y me hago la tonta y la boba. Ya sé que mis piernas y mi cuerpo no van como antes iban, pero, ¿es que soy tan vieja para todas estas cosas? ¡Ni hablar! ...
-NO ESTOY DE ACUERDO-
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