Bajaba yo esta tarde las escaleras de mi finca, y he hallado encima de los buzones un pequeño papel. Una notificación, indicaba que un ser que ya ha mucho que falleció, tenía pendiente algo que la Administración deseaba comunicarle.
Nadie en la escalera puede saber quién es. Nadie conoce siquiera su nombre ni sus apellidos. Salvo yo. Yo sí sé quién es y de quién se trata. Es el nombre del marido fallecido de otra mujer que también se fue. El marido de la señora Paquita.
Otro tiempo, mis años infantiles y juveniles, y el paso incesante e implacable de la ley de vida. Al ver la citada misiva, me ha venido a la nostalgia de la evocación, la imagen de la señora Paquita. Vivía en la puerta 2, en el primer piso, y recuerdo que al principio tanto élla como su marido me caían mal porque era distantes, altaneros y fríos. Hasta que pasó un tiempo de mi vida, falleció dicho señor, y abajo quedó viuda y sola la señora Paquita.
Un día, la descubrí cuando subía animosamente por la escalera de tres pisos sin ascensor, y llamaba a una de las séis puertas que componen mi finca entrañable y recientemente rehabilitada. La señora Paquita, me vió a mí y a mi madre, y nos comentó que es que estaba procediendo a cobrar la cuota correspondiente a los gastos de la escalera, y que no le podía localizar. Y mi madre le correspondió con una sonrisa, y creo recordar que le dijo a la señora Paquita que bien, y que si ella veía a esa persona, le diría que se pasara por su puerta número dos a pagarle lo acordado. Aquella anécdota me cambió la imagen que yo tenía de la señora Paquita, y pude comprobar que la ya anciana, se preocupaba de las cosas de la escalera con gran afán, voluntad y responsabilidad. Los demás, mucho menos ...
Y con la imagen de la ya desaparecida señora Paquita, me ha venido la imagen del señor Emilio, que era mecánico dentista y de su ayudante el menudo y campechano José, y el recuerdo del señor Pepe el chocolatero que regentaba un negocio de helados en el verano que le daba mucha vida a la calle y al entorno.
Allí en la escalera vivía también el señor Camañes y su mujer Maruja, que por cierto tenían un hijo que el otro día pude ver trabajando de cajero en una sucursal de la antigua Bancaja y de la actual y turbulenta Bankia.
Los recuerdos, me llevan a mi familia y a que ya no están allí. Y también la realidad me lleva a pensar que ahora son otros vecinos y algunos propietarios, los cuales apenas se pasan por este lar que no sea para hacer inversiones económicas de arrendamiento. Poco más.
Pero no importa demasiado. De la escalera que presidía oficiosamente la entrañable y un tanto orgullosa señora Paquita, solo quedo yo como vecino. Soy el último mohicano de aquel tiempo. Un superviviente, que no ha conocido ni conocerá más finca ni casa que la misma en la que vivía la señora Paquita.
Solo yo puedo hablar en la escalera de dicha señora, solo yo puedo contar batallitas y recuerdos de un tiempo que os aseguro que existió y que no puedo inventarme porque no me saldría. Y es que a veces la nostalgia no es triste.
-OS LO ASEGURO-
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