En aquel poblado marginal del país que vosotras y vosotros queráis imaginar, campaba la desesperanza. Pasa en todo lugar que acaba de padecer una guerra. Y exactamente en aquel sitio en donde el músico Brams Forter ponía los ojos, el paso de los destrozos emocionales que la lacra bélica deja, se erigía en una especie de pequeño habitáculo que hacía las veces de modestísimo hospital o albergue de niños de todas las edades, que habían acabado sumidos en el vacío, en la herida, en la derrota y en el dolor. Unos modestos enfermeros, se limitaban a darles alimentos y medicinas. Mas el ruído general tras la batalla, era ahora un estruendoso y demoledor silencio con gente con mirada entre perdida y desesperada. Diagnosticados como incurables, y fijados por el consenso aparente de la tristeza.
Pero, Brams Forter era ambicioso. Sí. Un orgulloso componente de una ONG, el cual permanecía también en silencio. Jamás había podido en su vida cotidiana contemplar tanta tristeza junta.
- "Forter, ¡no se acerque a éllos! Podrían hacerle daño. No le conocen ..."
- "Asumo el riesgo, señor capitán del hospital militar. Si me sucede algo, yo me hago responsable de mi integridad ..."
- "Como quiera, Forter. Pero no me diga luego que no le he avisado. ¿Me ha oído bien, pedazo de insensato?" ...
- "Tengo buenos oídos. Gracias por su advertencia, amigo" ...
Brams Forter era músico. Pero, además, tenía la magia especial de transmitir bien las emociones. Sabía llegar.
Se acercó a los derrotados que le miraban demasiado sorprendidos. Se sentó a su lado, y cerró los ojos unos instantes. A continuación, cogió unos palitroques y se puso a hacer percusión. Ritmo pegadizo y machacón. Iterativo.
Toda una semana estuvo así. Dos horas diarias, las dedicaba a mover el silencio a través de su ingenio. Pero los derrotados le aceptaban la presencia, mas se mostraban indiferentes en emociones ...
Se afanó Brams. Dos semanas más tarde, decidió ponerse a cantar canciones simples. Pocas, y contínuamente. Sembraba y sembraba. Hasta que finalmente un niño se le acercó, le miró fijamente, y cantó su canción en medio de una enorme inexpresividad.
Forter le miró serio. Y a continuación, comenzó a hacerle muecas en forma de vivas sonrisas que acompañaban su canto. Y el niño imitó de nuevo al hombre. Y, tal imitación, atrajo la atención de otros niños. Se formó un grupo que se sentó alrededor del músico. Pero los jóvenes y los ancianos no se acercaban a la convocatoria.
Y Forter le dijo al niño que se había acercado el primero: - "¿Cómo te llamas, chico?" ...
- "Soy Willie, señor..."
- "¿Podrías decirle a todos los mayores que se acercaran, niño Willie?" ...
- "¡No me harán caso, señor!"...
- "Diles que soy Brams Forter. Que soy amigo, y que solo quiero que se diviertan a través de la música"...
- "¡Voy, señor Forter!" ...
Ni caso. Los más mayores no se acercaban. Desobedecían al pequeño Willie, al bueno de Brams, y a todo bicho viviente.
Pero, si algo tenía Forter, era tesón e inteligencia. Se acercó entonces a los más mayores, y comenzó a bailar y a entonar canciones. Y, sobre todo, a sonreír abiertamente. ¡Conseguido! Porque, por los menos, le miraban. Se concentraban en su creatividad ...
Un mes más tarde, aquel hospital desolado, parecía una pequeña discoteca o auditorio. Pero, la música, era lo de menos. Lo importante era la alegría. En medio de aquel sorprendente concierto compartido de expresión alegre y musical, uno de los adultos lanzó enfurecido y a traición una piedra al cuerpo de Brams Forter. Y la mayoría de la gente se volvió a reprender al agresor. Pero, Forter, les mandó callar ...
Se acercó al hombre agresivo, y comenzó a responderle con una sonrisa y una canción tranquila. Y el agresor, se fue corriendo asustado e impotente, a la par que rabioso. Todos los demás, reían burlonamente. Mas Forter les mandó guardar silencio y dejarle en paz. La música de Brams Forter era pura novedad. Música, risa, baile y sueños...
A los pocos días, el agresor regresó con lágrimas en los ojos al grupo, con la intención de pedirle perdón a Forter con sincero arrepentimiento en dichos ojos. Pero Forter le respondió a sus súplicas de perdón con una nueva sonrisa y canción ...
Sin discrepancias. Aquello ya era un grupo. Estaban recuperando una cierta y natural ilusión perdida. El capitán del hospital militar no daba crédito: -"Se están curando, Brams. Se recuperan, ante el asombro de los médicos. ¿Qué demonios les hace usted?" ...
A lo que Forter siempre le contestaba: - "No soy yo, capitán. Solo es la magia y sus sentimientos. Los de la música. Claro está"...
Pero el capitán del hospital, siempre le miraba incrédulo.
- ¿TENDRÍA RAZÓN BRAMS FORTER? -
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