martes, 6 de noviembre de 2012

- LA CENA QUEDABIÉN -



Maravillosamente exquisitos, los comensales que intentaban con el evento de una cena grupal hacer bienestar y amenidad, se equivocaban de plano. Porque aquella  cena   era previsible. Previsible, como el mundo de tedio y cerrazón que parece que hoy es habitual ...
Algun@s de los presentes en dicha cena, se limitaban a mirar cómo otros marcaban los temas y cómo tenían un común denominador destinado a darse mutuamente las razones y a la no confrontación de las ideas. Eso era sentirse resignados fuera de las cosas. Marginados silenciosos, en medio de mayoría de mandos ...
Daniel era muy listo. Al principio también estaba callado. Pero su observación, era necesaria y audaz. Le repatinaban las apariencias y las distancias, y al ver     aquel      espectáculo  de complicidades poco sinceras y con miedo de estructura final, pensaba que qué podría hacer para acabar con lo malditamente esperable.
Daniel respiró hondo, cruzó las piernas, y se puso cómodo. Respiraba bien y natural, como si estuviera en su casa. Sus facciones se relajaron, y entonces captó cómo los demás le miraban con simpatía.
Y, aprovechando la situación, decidió que era el momento de mostrar sus cartas generosas. Optó por interrumpir la dinámica de los comensales, e introducir valientes variaciones. Se sacó de dentro un humor corrosivo y audaz, y lanzó con voz clara     a    todos   una    idea  penetradora y sincera. Dijo así: -"Joder, ¿y si estamos todos de acuerdo, dónde está el modo ameno de pasar la velada? Pero, no me hagáis caso, ¿eh?" ...
Las carcajadas eran tímidas, pero sinceras. La gente hacía esfuerzos por mantener     la  compostura, pero el árbol y sus ramas se movían positivamente. Porque, afortunadamente, en aquella cena también estaba el sentido del humor. Los nuevos y las nuevas,     los   más tímidos y envarados, tuvieron una extraña y sorprendente nueva sensación de libertad. Allí se podía hablar de lo que les diese la gana a todos ...
Daniel, sonreía con una cierta ironía. El terreno, estaba preparado para el uso de tal libertad. De modo, que decidió guardar silencio de nuevo. Y alguien dijo algo, casi como enfadado. Y ante la sorpresa de todos, Daniel soltó una estratégica carcajada mientras decía: -"¡Éso, éso! Me gusta. Esa verdad. ¡Oh, esa santa discrepancia! Empieza a gustarme ésto, coño. Estabáis todos tan maravillosos que estaba empezando a aburrirme, joder. Ja, ja, ja, ja"...
Lo mejor no fue la carcajada con mayoría absoluta que a todos se les escapó. Lo mejor fue que la cena previsible pudo dar pie a nuevas cenas. Y cada vez iba más gente, y con una idea amena en la cabeza: -"Seguro que Daniel sale con una de las suyas" ...
¿Quién sería aquel tipo heterodoxo por nombre David llamado?, ¿un tipo inteligente?, ¿un loco divertido?, ¿un revientacenas impredecible?, ¿malo?, ¿bueno?, ¿regular?, ¿quizás enigmático? ...
Nunca apenas nadie le preguntó a Daniel todo aquéllo. Porque poco a poco    le   fueron   comprendiendo, y decidieron que una cena sin Daniel perdía la música y la sal. Y lo mejor que pudo suceder, es que los demás componentes del grupo fueran rompiendo sus reticencias, y comenzaron a abrirse y a conocerse mejor. A aceptarse, a ser espontáneos, a   no      temer demasiado a no marcar sus palabras, y en definitiva a proyectarse un afecto entre dichos comensales.
-LA AUDACIA DE DANIEL FUE EFECTIVA-

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