sábado, 3 de noviembre de 2012

- EL CAMINO -



Aquel hombre decidió ponerse a caminar. Muy asustado. No conocía apenas nada de lo que se iba a encontrar en su sendero. Pero tenía claro que el estatismo le vencería ...
Era un sendero casi desértico, pedregoso y hostil. Las aves de rapiña le miraban con golosas intenciones. Mas el hombre aceptaba el reto. Muy serio, muy concentrado, y    a  veces  agotado y alborotado, pero el hombre tenía las ideas bien claras. Debía buscar el futuro, y para poder hacerlo tenía que jugársela. Aprender a sufrir.
A veces pasaba por pequeñas aldeas semipobladas, y las gentes le miraban     al      extraño  abiertamente sorprendidas. Otras, incluso, osaban insultarle y atacarle. Pero el hombre no se arrugaba. Ante los insultos, mostraba indiferencia, y hasta la mejor de sus sonrisas. Y cuando le atacaban, nuestro hombre tensaba todos sus músculos de acero, y respondía hasta que sus atacantes huían vencidos y hasta aterrorizados. Había tal orgullo y determinación en sus ojos y en sus ademanes, que finalmente continuaba caminando de nuevo y sin dudas. Victorioso. Airoso ...
Cuando tenía hambre, se paraba unos minutos y comía de las plantas y hierbas que en su camino encontraba. Y cuando la noche llegaba, tomaba su saco de dormir, o    si     las  condiciones climáticas eran en extremo imposibles buscaba rápido una cueva o un albergue en donde guarecerse. ¿Quién sería y qué buscaría realmente este hombre?, ¿por qué es que caminaba y caminaba por lugares tan vacíos y peligrosos? ...
Se trataba de su camino de iniciación. Quería reafirmarse en una nueva fortaleza, en una nueva cercanía, y en una nueva posición. No le convencía su mundo, su realidad ni su estar. Sentía que tenía que salir, que observar, que someterse a pruebas aventureras y un tanto temerarias para poder de este modo curtirse como persona. Era consciente de sus asignaturas pendientes, y se daba cuenta de que no podía negarse a sí mismo el imperio de la realidad y de la libertad.
Transcurrieron algunos meses. Los aldeanos y gente de los pueblitos, ya le conocían. Ya dejaba de ser un extraño, para ir siendo aceptado por su entorno. Ayudaba a las personas a las que veía en apuros o desorientadas, hablaba con claridad de sus ideas y sueños, de sus anhelos y deseos. Se le escuchaba con cierta admiración.
Y un día decidió regresar. Sí. Regresar al lugar en donde había nacido y desde donde había emprendido el camino. Y al llegar a su pueblo, abrió su verdad en una sonrisa natural y franca. Sus paisanos le miraron con orgullo. Le vieron hecho, construído, dispuesto, decidido y hasta juguetón.
Y el hombre del camino se sintió acogido, y aceptado, y querido, y una mujer se cruzó en su senda compartida del amor. Y los pájaros arbitraron un trino de alegría y de felicidad, y se dió cuenta de que todos los esfuerzos y los peligros habían valido la pena.
Nunca quiso aspirar al poder, a pesar de poseer unas virtudes personales fuera de lo común. Jamás. El hombre se sentía muy feliz siendo uno más con l@s otr@s. Y su vida se volvió sosegada y auténtica, y fueron famosos sus descansos tranquilos. Había logrado aprender la dura y necesaria prueba del vivir.
-SOLO DABA AMOR-

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