Luis Spaa, se despertó dolorido y asustado. Muy extraño. Algo novedoso le pasaba, y no conseguía explicarse a sí mismo la naturaleza de su malestar.
Al levantarse de la cama en la que había dormido en la noche, debió sentarse nuevamente, dado que notaba que se mareaba y corría serio riesgo de caerse. No se sentía bien.
Y, sin embargo, todo su alrededor estaba en orden y en su sitio. Los ruídos eran familiares, y los olores bien conocidos le llegaban como cuando la infancia. Pero, aún así, Luis Spaa se sentía un tanto aturdido y abrumado.
Hasta que, finalmente, se puso en pie. Se levantó, y caminó por el pasillo de su casa, mientras notaba que sus músculos se desentumecían y que ya lograba caminar sin mareos. Pero lo que no le cuadraba a Luis, eran los silencios de su nueva situación. Porque si bien aquella era su casa de toda la vida, el hombre sentía que allí faltaba gente, presencia, vida o algo cercano o familiar.
Pero, no podía ser el pasado. No. Su familia había fallecido, y debía comenzar y pivotar el nuevo recorrido de su vida, él solo. Sin nadie en aquella cama, en los pasillos de la casa, ni en ninguno de los rincones entrañables y más que familiares. Sí. Luis Spaa había nacido en aquel lugar. Y echaba de menos y le dolía, la ruptura con el otro tiempo del pasado. El duelo del ayer, y la nueva configuración de las cosas actuales en su vida.
Pero el bueno de Spaa, acabó sonriendo. La mejor noticia, era que había sido capaz de superar los miedos y las nostalgias; los terrores y las evocaciones que no le dejaban tener suficiente autonomía para lograr identidad propia.
En cada paso, era él. En cada gesto, en cada pose, en cada mueca, en cada mirada y en cada duda o dolor, era él. Y nadie más que él. Le pasase lo que le pasase, ya no sería el objeto de un dolor de otros, sino sujeto de su propio ser y de su nueva personalidad.
Luis Spaa siguió teniendo una alegría interior indescriptible, la cual no se podía entender demasiado desde afuera. Y esa alegría audaz y necesaria, se parecía más que muchísimo a su libertad. Sí. Sus miedos propios, eran el producto del crecer y de su libertad. Afrontaba su propia responsabilidad, y los demás eran necesario que ocupasen un lugar secundario. Spaa, comenzaba a autogestionarse el yo de su presente y de su futuro.
La libertad. Los desgarros del atrás quedaban como cicatrices de lástima, pero cada acción nueva y suya en el presente, era un cántico de victoria personal. Había superado su noche de un tirón, había sobrevivido a sus miedos, y se sentía mayor y más presente en sí. Se comenzaba, tras mucho tiempo, a sentirse él mismo y sin necesidades de otros.
Le costaba avanzar a Luis Spaa. Más que mucho. Pero lo estaba logrando. Lo conseguía, tomaba conciencia de su ser, aplicaba naturalidad a sus movimientos, y respiraba finalmente distinto, profundo y hasta feliz. E incluso la primera luz del alba de la mañana, tomaba para él un nuevo color.
- ¡LUIS, CRECÍA IMPARABLE! -
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