Tengo cuarenta años. Me llamo Mari Carmen, pero mi familia y amigos tienden cariñosamente a dirigirse a mí como Mayka. Y a mí nunca me ha importado. Faltaría más ...
Hace dos años que me dieron un palazo en el alma. Estaba casada, ya no lo estoy, tenía y tengo hijos adolescentes y unos padres maravillosos, y a mí me llamaban la alegría de la huerta, porque siempre estaba de buen humor y haciendo bromas.
Lo que me pasó hace dos años, significa que una cosa es la raquítica e inicial teoría, y otra la real práctica. Sí. Me dijeron con summa suavidad que en el medio de la flor de mi vida, yo tenía un cáncer en la mama.
Di que no pasa nada, que te importa tres carajos, que confías plenamente en los médicos, y todas esas bravuconadas llenas de coraje y valor que se nos ocurren a las mujeres. Pero os confieso, que me cagué encima. Que, la putada, no me permitía conciliar el sueño de noche ni concentrarme para nada de día. Y cuando comenzaron las rápidas sesiones de quimioterapia para evitar que el cáncer se extendiera, os aseguro que en lo único que yo pensaba desde el estupor era que iba a morirme.
Me daban igual los avances de la Ciencia, o los consejos de bondad y de compasión de unas y otros. Sí. Todo me importaba un sano carajo. Y ahí radicaba buena parte de mi miedo. Porque si mentalmente me derrumbaba, entonces mi cáncer tendría todo el camino ganado y franco para llevarme a la sepultura.
Lo que pasa es que todo evoluciona y es muy sorprendente. Y el día que yo menos lo esperaba, me puse a pensar con una cierta puntería. Me dije que lo más inteligente que podía hacer, era disfrutar de mis momentos vitales. Que no todo iba o tenía que ser una soberana mierda, y que a pesar del damocles de mi cáncer, ni nadie me lo había inoculado, ni era yo la única mujer del mundo que lo padecía. E incluso logré pensar que si ahora me faltaba ya un pecho, podría más adelante rellenarlo y hasta reconstituír más adelante la zona no estética.
Sí. Me salió la idea de las cosas positivas, y poco a poco me fui relajando. Si bien es cierto que mi marido se derrumbó, se fue, y me dejó sola con los niños, siempre estuvo mi familia apoyando. Y lo está y lo estará siempre.
Superada la fase de la quimio, vino la radioterapia, y el esperar a ver cómo evolucionaba mi cuerpo. Y yo seguía creciendo, y me daba cuenta de lo fugaces que son los momentos de la vida, y de lo bonito que es disfrutar de la ocasión que lo vital propone.
No obstante, la teoría seguía atacando a mi práctica. Había muchos momentos de bajón. No tenía ganas de ser mujer, ni persona, ni nada, y agarraba unos tremendos berrinches. Y no lograba creerme a las otras mujeres, que en mis parecidas circunstancias actuaban con calma y con serenidad. ¿Impostoras? ...
Dos años más tarde, no me apasionan las consultas de las videntes y astrólogas. Lo que me interesa, es el rostro de las médicas y médicos durante los controles. Me dicen que la cosa, va bien. Pero creo que estoy construyendo casi una lección mejor. No hago dramas. Me limito a vivir en el día a día, y sin hacer planes a largo plazo. Me he vuelto más práctica y menos retórica, pero he vuelto a ser yo y mi espíritu cotidiano. Y sigo haciendo bromas y sonriendo.
-HASTA QUE SEA-
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