viernes, 15 de junio de 2012

- EL MIEDO A BAJAR -



En el deslunado de mi finca, la suciedad se acumulaba. Los antiguos dueños de los pisos, no hacían demasiado caso a la ausencia de higiene. Los propietarios      que     sí     habitaban   actualmente tales viviendas, tenían buenas intenciones pero poca decisión.
Además, había miedo. Los accesos eran peligrosos,y el toparse con la mugre y los roedores, les mantenía en una posición, si no inactiva, defensiva. Y pasaban los meses, y a pesar de los corteses consensos de ponerle solución al tema, nadie daba la necesaria decencia     y    salubridad al lugar.
Ha tiempo, que yo me percataba de las inacciones. Mas siempre es temerario y arriesgado hacer en solitario. Eran necesarios los consensos de actuación. Dos propietarios, habían pactado finalmente una solución para la citada limpieza. Pero, para mi decepción, pasaba el tiempo y las cosas seguían igual que siempre. Nada de nada ...
Todos los días, me asomaba a la galería de mi casa, y desde ahí         podía       contemplar decepcionado cómo la mierda avanzaba, se juntaba, y se constituía en un feo espectáculo. Mi impotencia daba paso a mi ira, y mi ira mutaba a disgusto. No había ninguna voluntad    de solución.
Hasta que un día, me di cuenta de que estaban haciendo obras en la finca contigua   que  lindaba con mi deslunado, y que desde allí, era bastante sencillo acceder sin riesgos al lugar. Y, teniendo cuidado con no pisar las cristaleras que hacían de falso techo a los bajos comerciales del deslunado, podía procederse a una limpieza cuanto menos, digna.
Comuniqué dicho hecho a algunos propietarios, pero no vi en ellos el menor      de     los   entusiasmos. Unos sentían temor al riesgo, y otros trataban a toda costa no solo de hacerse a un lado del problema, sino incluso amagaban por pedirme a mí dinero por la limpieza de lo común, en un intento disuasorio. Todo, trabas y obstáculos ...
El día que me decidí a bajar, estaba asustado. Los consensos vecinales      suelen       ser  desafortunadamente, complejos y picudos de acometer. Unos y otros seguían sin querer colaborar. Hasta que cuando ya estaba a punto de mostrar la tristeza de la impotencia, el dueño del local contiguo me vió el gesto de decepción y me consoló, permitiéndome por ser su casa el acceso a donde estaba toda la suciedad. Le agradecí al hombre su gentileza y lo primero que pensé fue en coger velocidad, y en no permitir que las artimañas estratégicas posteriores de otros, me retuvieran en mi deseo de limpiar.
Nervioso, tomé una escalera alta, me acompañé de bolsas de basura, escoba, guantes, etcétera, y allí que me presenté. Me ayudé de un largo brazo que se utiliza para pintar los techos, y comencé a trepar por la citada escalera.
Tremendo vértigo. Mi entusiasmo podía vencerme, hacerme perder el equilibrio, caerme, y quedar en el más absoluto de los ridículos. De modo que decidí       respirar      honda     y acompasadamente, asomé la cabeza, y logré trepar hasta el deslunado. Me esperaban kilogramos y más kilogramos de suciedad.
Le tiré valor al tema. Comencé a sudar, y a limpiar y recoger los enseres caídos y la basura acumulada, metí dentro de las bolsas de basura a las alimañas descompuestas, y escondí el miedo en el medio de mi serena audacia.
Una hora más tarde, me asomé de nuevo a la galería. Ya no había suciedad. Todo estaba limpio y decente. Casi nadie decía nada, aunque al fondo se escuchaban murmullos bajitos y curiosos. Me importó poco. Era mi deber limpiar en los lugares más inaccesibles. Fue mi decisión y mi consecuencia. Fui independiente para decidir mi verdad.
-E INTERIORMENTE ME SENTÍ SATISFECHO-

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