La verdad es que puede ser un enigma para mí. No tengo todavía muy claro el porqué de mi afición por la tenencia y el cuidado de las plantas de mi balcón. Quizás, como todas la simpatías, no merezca explicación. Me gustan y se acabó ...
De hecho, yo recuerdo que de niño me traían al pairo que estuviesen allí. Mi madre se encargaba de ellas. Porque mi madre ha sido muy aficionada a tener plantas en el balcón en todas las estaciones, y aprovechando el clima favorable de mi Valencia.
Tanto le agradaban y las mantenía allí en filas año tras año, que me sorprendió en cierta ocasión ver a las plantas secotas y muy abandonadas. Por cierto, que mi madre apenas me permitía el acceso a dichas plantas. No quería apenas que las tocase, ni compartir conmigo aquel amor tan interesado. Las quería solo para ella y para su placer.
De modo, que me costó mucho hacerla reflexionar. Al decirle que por qué no regaba las plantas y las estaba dejando morirse, ella negaba la mayor y cambiaba de tema. Pero, parecía evidente, que aquella dejadez implicaba que algo en ella también se estaba muriendo. Y, de hecho, ya no salía al balcón tanto como antes, en donde se pasaba horas enteras allí viendo la vida pasar.
Hasta que un día, y casi sin decirla nada, invadí el/su balcón sin previo aviso. Cogí unas botellas, las llené de agua, y allí que derramé el líquido vida sobre las sedientas plantas que eran variadas y diversas. Algunas ya se habían perdido, pero logré salvar muchas otras. Prácticamente todo el balcón estaba lleno.
Aunque al principio me protestaba y me ponía objeciones, mi madre replegó finalmente sus reproches y me dejó estar allí.
Ahí comencé yo mismo a desarrollar mi casi insólita afición a algo que hasta yo mismo desconocía que pudiese gustarme tanto. Y noté que aquello me relajaba y me gustaba, quizás porque me suponía darle un corte de mangas a la dejadez de mi madre y a presentar mis cartas credenciales de una parte de mi identidad. Me dedicaba a algo que me gustaba, y en absoluta libertad. Era feliz, haciendo experimentos de labrador o jardinero en plena ciudad y Centro Histórico al lado mismo de la Gran Vía.
Cortaba los tallos largos que invadían las plantas entre sí, respeté las identidades y las distancias, y logré que cada maceta tuviera su propio universo y su propia mismidad. Lo que le pasaba a una planta, no sería apenas compartido por las demás. Sólo, los lugares comunes de crecimiento y floración. Todo lo demás, fue cosecha y estilo propio. Mío.
Me encantaba regar las plantas de mi balcón. Ver caer el agua sobre las hojas y sobre la tierra me proporcionaba un placer y una paz tan exquisitas, que a veces se me escapaba dicho agua, y a más de un@ que pasaba por la calle le cayeron unas gotas que procedían de mí y de mi balcón. Les pedía disculpas con vehemencia, y afortunadamente nunca tuve mayores problemas.
Ahora, hoy en día, veo las cosas con una renovada perspectiva. A las plantas hay que dejarlas mucho ahí tranquilas, y cuidarlas lo estrictamente necesario. Protegerlas del sol, y respetar su tiempo y características. Y tener mucho cuidado con el fuego que trae el sol veraniego de mi Mediterráneo.
Yo también soy mis plantas. Por éso, a las del balcón les he restado prioridad. Estaba siendo un exagerado, y me estaba olvidando del cuidado de mí mismo. Ahora me importo yo mucho más que antes. Muchísimo más. Yo también soy una planta que crece y que tiene su tiempo y su flor. Y mi madre mira hechizada con el oxígeno artificial, y me recuerda a aquellas plantas secas y a la dejadez.
-TODO ES LEY DE VIDA-
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