Hace semanas que venía haciéndome el remolón. El grifo de la pila de la cocina, aunque no goteaba de contínuo, presentaba algunas irregularidades. Se ve que el agua se filtraba por algún lugar, se hacía una minúscula bolsa de líquido, y acababan cayendo espaciadamente las gotas.
Recuerdo cuando llamé a unos conocidos de la barriada para que me cambiasen los grifos. No eran profesionales y no lo hicieron bien. Pero la cuestión era también esencialmente económica. Apenas me cobraban dinero por realizar el trabajo, y esto me tranquilizó. Estaba hecho mal, pero había resultado barato de acometer.
Mas, poco a poco, se impuso una lógica rigurosa. Era una sensación desagradable el llegar a mi casa tras los cuidados de mi madre, y escuchar al fondo el espaciado goteo del grifo, y el ver cómo en la pila siempre estaba mojado. Nunca seco ...
Ayer, me decidí. Cuando uno quiere conocer algo, ha de mojarse el culo. Y como cerca de donde vivo hay una fontanería, me decidí y hablé con uno de los citados fontaneros. Subió a casa a ver lo que era.
El hombre era bajito, con claro acento andaluz, callado, y con sonrisa picarona. Como si se las supiera todas. Inspeccionó los grifos y las tuberías de la cocina, y me dijo que a pesar de que la tubería era vieja, en realidad el problema estribaba en la mala disposición de la grifería y en la escasa calidad de dichos materiales. Y también me habló de pasada del efecto de la electrolisis, término que yo recordaba de haberlo estudiado en el valenciano Instituto Luís Vives cuando las clases de física y química.
- Ya. Y entonces, ¿cuánto sería todo esto en dinero? ...
- ¡Setenta y cinco euros, señor! ...
- ¿Setenta y cinco euros? Caramba, caramba ...
- Bien. Podíamos ver que fuesen sesenta euros y se podría hacer, ¿sabe usted? ...
- Vale.
- Pues mañana vendré y se lo hago con este nuevo precio.
- Vale. Hasta mañana. Gracias.
- Adiós, adiós ...
El fontanero, bajó la escalera y se fue. Vaya "electrolisis". Sesenta euros, y con suerte. Pensé en esos banqueros y en ese ex miembro de la Casa Real, y en tantos y tantos políticos de actualidad. ¡Qué modo de robarme! Y, mientras tanto, en la tele seguían hablando de medidas judiciales y de toda la corrupción que sacude a mi España. Pobre país mío.
Pasado un tiempo, me tranquilicé. Pagaría sesenta euros al fontanero, y podría sentirme herido pero más seguro. Llegaré a casa, y en el suelo de la pila de la cocina ya no habrá agua, y todo estará seco y comme il faut. Ya no goteará nada, y ya podré abrir y cerrar el grifo sin reticencias ni contratiempos. La salida del agua estará bien dispuesta, y mi sensación de tranquilidad me acompañará.
Y llegará un día en el que cuando vea el seco piso de la pila de la cocina y me acuerde de la "electrolisis", me hará hasta esbozar una cierta sonrisa de coherencia. Vale el sacrificio. Vale la pena que acometa sobreesfuerzos que se antojan necesarios y básicos para poder vivir en mi santa casa del futuro y del presente.
Lo que pasa es que no pienso volver a esa fontanería en una buena temporada ni para preguntar nada a nadie. Ahora ya no habrá fontanerías ni grandes dispendios por un tiempo. Necesito mantener mis recursos sin que se mojen o calienten con más "electrolisis" de ésas. Lo juro por el profesor de física y química del Instituto.
-QUE HA MUCHO QUE SE HABRÁ MUERTO-
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