Dicen que todo empezó en las montañas a través de un terrorífico aullido de un joven y potente lobo, líder de su manada. Y desde ese escalofrío auditivo, se gestó una revolución. Una mutación, un cambio, una actitud distinta; una guerra ...
Los primeros sorprendidos fueron los pastores. Sus perros guardianes habían abandonado todos los respectivos rebaños, dejando a las cabras y ovejas sin protección. Y, no digamos, cuando de repente todos los lobos y los perros les hicieron frente. ¿Qué diantre estaba pasando? ...
Lo más mediático y espectacular tuvo lugar en las grandes urbes. Los perros de las ciudades no obedecían las órdenes de sus amos. Y bien lejos de esa normalidad, no se limitaban a mirarles amenazadoramente de hito en hito, sino que les atacaban mordiéndoles con sus feroces colmillos y desde unas mandíbulas llenas de orgullo y hasta maldad. Con fiereza y sin escrúpulos.
Llegaron las primeras muertes. La televisión fue lenta y hasta rémora. Los micrófonos tanteaban torpemente a los más reputados científicos, los cuales solo podían contestar con evasivas. No podían tener ni la más remota idea del porqué de la nueva reacción de los cánidos.
Los parques eran lugares de muerte y terror. Los humanos estaban perdiendo el reino de la domesticación frente al canis lupus, y eran atacados hasta la muerte una y otra vez.
Los líderes de los gobiernos del planeta se reunieron con toda la celeridad que les fue posible. Había que tomar soluciones inmediatas. La idea era la defensa. Salvar vidas. Y esta vez el enemigo no procedía del espacio exterior. Eran nuestros perros, nuestras mascotas, nuestros animales de compañía, y los riesgos y el peligro eran inmediatos y estaban ahí. Había que hacer algo. Tomar medidas, y ya.
Cada segundo de inacción o de dudas, era un puñado de muertos. El perro le había perdido todo el respeto al ser humano. Y aquel abandono del hecho de la domesticación, requería un estudio y unas resoluciones urgentes.
Se decidió armar a la población. Se invitó a no salir de las casas, salvo lo imprescindible y siempre bien armados y protegidos por vestimentas duras para hacer más suaves los efectos de las mordeduras. Pero, en el fondo, la sensación de desprotección y de fragilidad, era tan novedosa como evidente.
Los ejércitos, fueron convocados. Los soldados siempre irían con vehículos de motor. Jamás se manejarían a pie. Nunca los civiles harían la menor excursión, al menos hasta que no se tuviese el mínimo control sobre la nueva situación. Pero nada era sencillo. Las redadas de capturas eran muy dífíciles. Los canes siempre atacaban como los lobos montaraces. En manadas, con líderes, y organizados para la gran batalla.
Mas pronto se complicó la situación. Los diarios digitales ya hablaban de pueblos absolutamente dominados por los cánidos. Todos los humanos habían resultado muertos. La cosa se ponía harto preocupante. Empezaba a llamarse, derrota total ...
Desde el aire, la situación se veía con una mayor claridad. Era un ataque en toda regla. Los perros y lobos, hermanados de nuevo, asilvestrados y libres, se organizaban con habilidad y manejaban todos los territorios conquistados a su antojo. Sabían lo que hacían. Y lo que querían era evidente. Deseaban enseñorearse totalmente de la Tierra.
Los ricos se atrincheraban en el interior de sus búnkeres. Salir ahí afuera significaba la muerte segura. La mala noticia era el tener que proveerse de agua o comida. Nunca podía saberse si habría posibilidad de vuelta al sofisticado escondrijo. Todo un azar. Mucho más que peligroso.
Siguen las nefastas noticias. El hombre está resbalando de su poder. Están perdiendo sus ciudades y hasta sus Estados. Ahora, en la calle, en la práctica realidad, solo manda una nueva actitud en aquella especie otrora encantadora y amiga. Los perros ganan y se reproducen. Llenan la Tierra y la dominan. Ya apenas quedan seres humanos. Solo restos, llantos y anécdotas que huelen a extinción.
-Y A ROJO SANGRE-
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