sábado, 22 de junio de 2013

- PELÉ -



Recuerdo al gran ídolo de mi infancia. Los años setenta. El fútbol. Edson Arantes do Nascimento. "Pelé". No había palabras cuando en una edad tan temprana hay pasión y euforia en torno a este deporte que también es un mito. ¡El fútbol! ...
Igualmente y en el exotismo del otro lado de la Liga de España y de mi Valencia de Pepe Claramunt, había tipos que jugaban otro fútbol. De lujo. De maravilla,     auténticos     malabaristas del balón, tipos extraños y fascinantes, todo buenísimos, con toda la magia y con un gran líder: ¡Pele! ¡Wowww! ...
El rey negro, además del mago Baltasar el de la cabalgata de principios de año. Tal perla formidable, había debutado con diecisete años junto a Vavá, Garrincha, Didí o Zagalo. Pelé era algo inaudito. A su alrededor solo había bocas admirativas y rumores de viejos que decían que como Di Stéfano nunca nadie. Más tarde, llegarían Cruyff y Maradona.
Mi tiempo de ilusión. Los cariocas. El acento portugués, los brasileiros, el fútbol samba, el amarillo de la camiseta que ganaba siempre. Los fuera de serie. Los genios del fútbol. Los grandes galácticos de mi tiempo. La gran escuela de la demografía y de la pobreza hecha magna y dispuesta sobre el verde césped de un campo de juego.
O Rei "Pelé", era exquisito deportista. No solo era un genio en el césped, sino también muy educado y hasta santurronote con sus rivales, los cuales le soltaban patadas intentando neutralizarle como fuera. Nobby Stiles lo sacó de un patadón del Mundial del 66 en Inglaterra. Pero se limitaba Pelé a levantarse del suelo y a seguir. Ni un mal gesto ni un reproche. Quizás le bastaba con saberse por todos y desde todos los ángulos, el mejor jugador del mundo. El mejor de su época. Especial ...
Pero Pelé siempre ha tenido ambición. Quiere más. Se le nota, y no digamos ahora, cuando el mito que parece a veces trastabillear, encara la situación de un Brazil que espera la llegada del Papa, de los JJOO, o del Mundial de fútbol igualmente en casa, y ante una respuesta indignada del pueblo frente a los grandes desmanes liberales.
Pelé fue humilde, pero ya no se acuerda. Se refugia en las olas a favor, en las dinámicas desarrollistas del capitalismo neoliberal y depredador, y se posiciona cerca de quienes tienen influencia y poder. Poder, de verdad.
Dicen que quiso ser Presidente de Brazil, anunciaba recetas milagrosas para la virilidad del sexo, y siempre se le ha visto rodeado de gente de posibles y de orden. Le gusta el brillo y la altura, y también que no haya mucho ruído aunque sea más que justo. Pelé pide calma y que cesen las manifestaciones de la furia, porque teme que los grandes y avariciosos eventos se ajen y él con ellos.
Decepciona la actitud del mito de la camiseta amarilla y que dio a conocer al mítico Santos. Pelé es menos mi ídolo. Mi mirada sobre él es más científica y menos de infancia   o   de Disneylandia. Me fijo más en sus sombras, y aparco sus indudables luces      que      me emocionaron cuando yo era un niño.
Pelé es un conformista astuto. Cree que la riqueza es seguir ahí bien posicionado  en  el  capitalismo. Olvida que fue pobre y golpeado, pero es testarudo y dice que no son  buenos los gritos ni las crispaciones.
Brazil es un gran desequilibrio y un Continente enfadado. Un país lleno de favelas que lindan con rascacielos sofisticados desde donde se ve a la gran garota de Ipanema. Pero ahora prefiero escuchar al fugaz y agrio mito Romario, cuando le contesta que Pelé es más mito cuando nada dice. Sí. El fútbol y el mundo son una caja de sorpresas como lo es la libertad.
-QUE SEA LO MEJOR PARA BRAZIL-

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