Y, ¿por qué no te vi ya, si estábamos más que enamorados?, ¿a qué ese disgusto inevitable e inoportuno que ni el viento es capaz de llevarse?, ¿por qué ya no estabas?, ¿que pasó, María? ...
Nos veíamos siempre, compartíamos las alegrías y las crispaciones, y siempre estaban tus manos y tu dulzura. Nunca pasaba nada entre nosotros que no fuera felicidad y magia. Éramos eternamente unidos, juntos, elegidos, dos personas en una, confidentes, cómplices, y todo lo que tú sabes casi mejor que yo y que transmiten las miradas de amor y de arrobo.
Juntos, sí, María. Estábamos juntos, y entonces si había crisis económica estaban tus labios, y si había paro estaban tus manos, y si venía el contratiempo extraño estábamos siempre tú y yo con nuestras deseadas presencias.
Cuando terminaba de faenar, no me importaba el cansancio y apenas existía la mala ansiedad del reloj. Te mandaba mil mensajes de móvil, y tú siempre mandabas muchos que todos decían la palabra monosílaba: sí.
Tú eras mi sí, mi todo, mi camino, mi belleza, la sirena que inspiraba al farero de las noches de todos mis sueños, y la mujer que nunca olvidaré. ¡Nunca! ...
Y tú, estabas. Claro que estabas. Estabas siempre, y ahora que viene el verano te ponías alegre, fresquita y más guapa todavía porque querías complacerme y darme todo el amor femenino del mundo de tí.
Y nos saludábamos con un beso fuerte, y nos sentábamos como dos acaramelados adolescentes en un parque solitario y casi furtivo, o nos dejábamos ver felices y expuestos al sol y a la brisa de la tarde caprichosa del paseo de la playa de La Malvarrosa.
O tomábamos dos bicis y nos bajábamos al río a sudar y ser felices, y jugábamos a ser eternos y auténticos, nos importaban los demás tres pitos. Tú eras un planeta y una muchedumbre de gente con rosas y femineidad. Tú eras mi única diosa, y yo era tu devoto número uno.
Esta tarde, he bajado demasiado confiado al Jardín de nuestra complicidad. No quería leer los mensajes que me ponías en el teléfono y en los que me decías que habías conocido a otra persona y que en todo momento sentías que lo nuestro ya debía llamarse adiós. ¿Adiós? ...
No te creía aunque me decías que te perdonara y que más tarde lo iría comprendiendo, y que a veces estas cosas pasan, y es mejor sernos sinceros y dejar que el futuro nos deje pensar y abrir nuevas metas y senderos.
¿Otro hombre?, ¿por qué iba a haber otro hombre si conmigo eras feliz y violeta?, ¿qué era la noche ante un día soledado?, ¿por qué tu aparente broma me helaba el corazón? ...
¡Ni caso! Fui adonde siempre nos encontrábamos todos los días. ¡Pero no estabas! Y tu teléfono estaba apagado. No contestas, ya no me hacías caso a la ternura que siempre te expresé, y todo el rictus de la decepción y del dolor mutó en lágrimas de ojos heridos y hasta de llanto tan imparable como sentido.
En el banco donde nos intercambiamos el amor más bonito del mundo, había una hoja escrita a papel que devoré con la ansiedad de un enfermo. Solo ponía que me deseabas lo mejor para mí, pero que la cosa terminaba, y que otro hombre ocupaba ahora tu corazón. Que, había otras mujeres, otras realidades, y otros caminos de libertad. Y finalizabas diciéndome que siempre guardarías de mí un recuerdo especial.
No te entiendo por ahora, María. En este momento no puede ser, ¿sabes? ...
-ES BASTANTE FÁCIL COMPRENDERLO-
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