Prácticamente todas las mañanas,-desde que mi madre comenzó a emitir senectud y falta de autonomía personal-, acudo con ella, a éso de las once y media de la mañana, a mi bello y entrañable Jardín Botánico de mi Valencia del alma y de cuna.
Para éllo, siento a mi madre en una silla de ruedas, la guío con mis manos hacia la Gran Vía de Fernando el Católico, pasamos por mi calle Borrull del corazón, y giramos hacia la izquierda, pasando por la puerta principal de la iglesia de San Miguel y San Sebastián, cruzando finalmente la calle, hasta finalizar en la puerta principal del emblemático Jardín, sita en la calle de Quart. En la misma calle, de las famosas y hasta napoleónicas Torres de Quart. Pura historia.
Una vez en el interior del hermosísimo y decorado jardín con estilo afrancesado, marchamos por entre las coquetas y bellísimas calles del citado lar botánico, decoradas y atravesadas entre árboles gigantescos, y plantas exóticas de una belleza poco común. Muchas fotos con las que a veces ilustro los escritos de este blog, las atrapo a través de mi teléfono móvil, y a continuación las paso al ordenador. Solo pueden ser fotos de una belleza destacable. El recinto, es pura belleza ...
Dirijo a mi madre por una de las calles del Jardín Botánico, hacia las proximidades de una pequeña y coqueta fuente rodeada de margaritas, y de forma circular. Saludo a las habituales cuidadoras y cuidados de todos los días, y charlamos con cercanía conveniente y cordial durante un buen ratillo. Las cuidadoras, a diferencia de sus cuidadas y cuidados, suelen ser chicas de diferentes nacionalidades y raramente, españolas. Son, ecuatorianas, bolivianas, hondureñas, etcéteras, y hasta una simpática señora de la lejana y ex rusa Armenia.
Al lado mismo de esa fuente, hay mucha actividad. Un grupo de mujeres mayores y de algún que otro hombre, hacen sana gimnasia dirigid@s por una monitora, y a continuación juegan a lanzarse una pelotas de goma que potencian sus reflejos y su salud general. Es realmente, un bello y tierno espectáculo humano. La vejez vital y viva.
Y, no digamos, para los turistas,-gran parte de éllos extranjeros y de vacaciones-, que contemplan con sorpresa simpática la inesperada imagen de la ternura de nuestros seres ya mayores ejercitando sus cuerpos y su espíritu.
Os aconsejo, que un día, vengáis al Jardín Botánico. Hay una magia que da la poca gente, los cantos de los pájaros, el verde sano de las plantas y ramas de los árboles, el encanto de los estanques con pececillos de colores y de ranas, o la presencia y conservación de algunas decenas de gatos que allí moran y que son protegidos y controlados por el personal del jardín.
Yo, naturalmente, me fijo en la belleza de las chicas hechizadas por el encanto de la magia del lugar, una belleza natural que parece aumentar en el interior del recinto. Me encanta igualmente la paz y la quietud de la atmósfera que se respira, de quienes leen sentados en sus banquitos apartados sus libros o prensa diaria, de la dinámica ralentizada y natural del viejo, o del revoloteo inevitable de los niños chicos que dan sus primeros pasos acompañados por sus padres o niñeras. Vidas que despiertan.
Cuando se nos hace la hora de comer, agarro a mi madre apoyada en su bastón de la otra mano, y caminamos lentamente hacia la puerta de salida del Jardín. Y tengo la sensación y el orgullo, de guiar y de dar seguridad a una mujer de ochenta y cinco años, que mira como si fuera un Cronos infante y travieso. Y me siento satisfecho de ser el padre de mi madre, e hijo de un sol deslumbrante y de una temperatura privilegiada.
-LO DIGO COMO LO SIENTO-
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