domingo, 29 de abril de 2012

- ESE AUTOBÚS LLENO DE CALOR -



Eran las cuatro de la tarde. Mi rutina me había llevado hacia una gran superficie comercial, a la caza y busca de prendas básicas, como ropa y cosa de este estilo. La concentración de los productos en dichas grandes superficies, y en detrimento del pequeño comercio social, acaba propiciando productos económicos que compensan una mínima calidad.
Disgustado porque no habían prendas que se entendieran imprescindibles para la época del año en que nos encontramos, y sorprendido por un inesperado y enorme chaparrón procedente de una inaudita tormenta, aguardaba estoicamente el paso de un bus público, guarecido infructuosamente debajo de una rústica marquesina protectora de los elementos.
Y, de repente, la vida. Sí. En medio de la obligación, del día festivo, del sacrificio y de    la adversidad, vi pasar un autobús de turismo lleno de gente, que llevaba toda la luz encendida en su interior, risas por doquier, ilusiones, y defensas contra toda la puñetera rutina.
Ése autobús. Sí. Ese autobús, era para mí el todo, la libertad, la capacidad de mimetizarse con la alegría y la desinhibición, la defensa e indiferencia ante los elementos que nutren a   la obligación y a la adversidad, y una itinerancia de la que la vida también está hecha.
Al otro lado de la intemperie y de la tormenta, de la adversidad y de la indiferencia, los viajeros de ese festivo autobús podían sonreír y con toda la razón. Porque estaban en otro mundo necesario, confortable, ilusionante, mágico, y tremendamente humano.
El abismo entre la vida. El gran contraste. Nadie del autobús, se percataba de la enorme tormenta que caía sobre la ciudad. Y, si se daban cuenta, les importaba el pimiento de una curiosidad. Solo estaban de camino, de paso, de anécdota, de tránsito, de visita, de vivir, de explorar, de calor encendido, de distracción, de juerga, de aventura, y de nuevamente la vida.
Sí. Me di cuenta que yo echaba mucho de menos la luz de ese autobús. Que, me estaba perdiendo la actualidad de los sentimientos, la socialización, o la costumbre de embriagarme en el descubrir de otras cosas, otros territorios, y otras personas, lugares y hábitos necesarios y básicos.
Mas, de repente, sentí una paz interior. Porque entendí que ahora muchas de las cosas que me suceden son coyunturales y producto de la necesidad y de la azarosa vicisitud.
Y que la vida, sigue. Y que bien pronto, quizás más pronto de lo que yo mismo espero, formaré parte de un grupo similar de expedicionarios como los que viajaban a bordo de ese feliz y vital autobús. ¡Oh, ahora envidiable! ...
Tuve toda la certeza y convicción. Mi nostalgia del autobús de la libertad y de la alegría, era una evocación ansiosa y hasta apresurada.
Porque yo volveré a esas excursiones que me hechizaron, a esa itinerancia viajera,    a     compartir el calor con nuevas gentes, a reír, a cantar, a soñar, a dibujar, a imaginar, a concretar, y a hacer que la mueca de mi sonrisa vuelva al sitio en el que siempre debe de estar. Y veré paisajes, y me reiré de las tormentas, y pasaré de la tele y de las radios, y lograré abrazar toda la vitalidad que siempre llevo conmigo. Y entonces mi niño interior volverá a reír, a llorar, y a hacer exactamente lo que le dé la gana.
-Y LA ADVERSIDAD, SERÁ CASI UNA ANÉCDOTA-

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