Jaime Rau era aficionado a las excursiones en solitario. Cuando dejaba de trabajar como funcionario los viernes a mediodía el treinteañero Jaime, ni siquiera pasaba ya por su piso de soltero. Sino que por todo lo contrario, ya se había traído al lar de trabajo su ropa campera, y se cambiaba en los mismos lavabos del lar laboral.
Tomaba el primer tren que pasaba,-la estación le pillaba muy cerca del trabajo-, y comenzaba a sonreír a medida que se alejaba de la ciudad, y que empezaba a aparecer el paisaje abrupto, con las montañas, y sus senderos al fondo.
Raramente, se detenía Jaime cada fin de semana en la misma estación. Y, en ese preciso momento de descender del tren, la idea de perderse entre las sendas de montaña en solitario y desconectar yendo por donde le parecía, le otorgaba a Jaime Rau el sueño esperado.Su huída feliz y hasta mágica ...
Jaime Rau adoraba el deporte, y era audaz y osado en medio de la montaña. Conocía mil secretos, muchos refugios, sabía proveerse de la ropa adecuada, ubicaba bien las fuentes, y se podia decir sin temor al error, que se manejaba magníficamente en dichos lugares perdidos y alejados.
Salvo aquella fatídica tarde del 15 de Abril. Jaime Rau empezó a notarse raro físicamente, y a percibir que su fatiga y cansancio en medio de la montaña solitaria, iban a más. ¡Qué extraño! Jamás en la vida le había sucedido algo parecido ...
Comenzó a perder referencias, se le fue tirando la tarde encima, se extravió completamente, y como nunca llevaba encima el teléfono móvil, ni siquiera podía pedir ayuda a las unidades de Emergencias. ¡Temerario!
Asustado, Jaime Rau comenzó a pensar que la noche cerrada se le vendría encima, que hacía frío, y que aunque llevaba saco de dormir y ropa de abrigo, el problema era que se sentía muy débil y que las ideas de su cabeza andaban como mareadas y extrañas. Había perdido su seguridad y nervios, y el miedo le atenazaba.
De modo, que Rau siguió caminando y caminando extenuado casi desde la inercia, hasta casi caerse al suelo exhausto.
Y, de repente, percibió que no estaba solo. Un perro asustado y abandonado, se le acercaba tenso. Ambos se miraron. El can pensó que por fin había alguien que podría llevarle de nuevo a un sitio conocido y seguro, y Jaime Rau, al fijarse en la cadena del animal, hizo un gesto de desagrado. En efecto, el perro había sido abandonado por sus desalmados dueños.
En ése momento, Rau entró en otra dinámica. Odiaba aquéllo. Pensó, que no había derecho a que maltrataran a aquel grande de estatura y cachorro por edad, animal. El perro aceptó las manos acariciadoras del hombre, y se fue calmando su pavor.
Prosiguieron la marcha. El perro caminaba a su lado, compartía las energías del último bocadillo que le quedaba a Jaime, y con el poder del olor, buscaba un camino claro que les llevara a un lugar orientado y seguro. Había decidida e interesada colaboración ...
El perro, lloraba. Estaba muy débil y algunas cicatrices en su piel, delataban que había sido maltratado antes de ser abandonado. Jaime Rau, bastante preocupado, sentía que de nuevo se venía abajo y que le fallaban las fuerzas. Y se sentó en el suelo, casi derrotado.
Pero el perro comenzó a ladrar, y le cogía por las piernas intentando arrastrarle extrañamente. En realidad, sucedía que el can había visto unas luces de una aldea al final de un sendero. ¡La salvación! ... Y cuando una potente tormenta súbita descargaba sobre la citada aldea encontrada, tanto Jaime como el can ya estaban a salvo. Fue el comienzo de una larga amistad. Jaime adoptó al animal.
-Y SE HICIERON MUTUA COMPAÑÍA-
0 comentarios:
Publicar un comentario