A medida que voy creciendo, puedo valorar aquellas cosas y lugares, los cuales parecen prosaicos y obvios, pero que en realidad, otrora yo no podía juzgarles por el mismo valor. Su valor auténtico.
Mi casa, la casa donde he morado toda mi vida, sigue ofreciendo aspectos enormemente válidos y básicos. Y a medida que me voy haciendo mayor, os aseguro que tengo a mi casa como un ser silencioso con altos techos y familiares paredes, pero a la que le voy teniendo un cariño y un amor que seguramente nunca pude tenerla.
Mi casa, yo mismo, la casa de mi madre. Sí. Todo viene a ser lo mismo. Es una casa vieja y entrañable, mi madre ya es senil y no puede acceder a ella porque no tiene ascensor. Y yo, ya no tengo veinticinco años. Pero no puede haber lamento en mí. Al revés. Mi casa me quiere, yo aprecio mucho a mi casa, mi madre me sigue queriendo exactamente como yo a élla, y la mejor noticia es que soy más consciente de las cosas y me valoro más. Yo soy más, mi casa. Mi casa de mí, mi patrimonio personal aunque sea heredado, y el lugar que me da seguridad e independencia para afrontar los retos que mi dura vida cotidiana me propone.
Si os digo la verdad, todavía estoy empezando a querer. Empezando a saber lo que significa querer, y apreciar aquello que mejor necesito para mí. Pero, ése aprendizaje, me lleva por senderos y por sensaciones nuevas y realmente certeras y gratas.
Es el camino de la autoprotección, de la conservación de mi dignidad, y de mi adecuación conveniente. Excelentes nuevas. Ya puedo ir vislumbrando en medio de mi incertidumbre actual, aquello que me va conviniendo para ser realmente más yo. La casa de mí. Mis cimientos y progresos, mis anhelos en marcha, que se van concretando que sea con enorme penosidad y esfuerzo. Mas háylos y están.
Mi casa es vieja. Muy vieja. Como mi madre, y como el desierto necesario y del curtirme por el que ahora transito. Hoy me he esmerado en apurar la libertad casi mágica que me da el poco tiempo que me resta de los cuidados constantes a mi progenitora, y he mirado hacia adelante y sin pensar. He sido, nuevamente, sujeto de mí mismo, de mi tiempo y de mis sueños.
Me he cuidado, he desayunado bien, no descuido jamás mi afición por la escritura, la música y la jardinería, y admiro a las mujeres inteligentes y cultas. Como a a todos los hombres válidos o cordiales.
Mi casa aguanta, porque estoy yo y me preocupo por ella. Por su rehabilitación, por su higiene, y por sus cuidados cotidianos aunque apresurados. Me dejo la piel en cada pensamiento, para que las cosas me vayan lo mejor del mundo posible.
Me he vuelto independiente y coherente con mi realidad, y no pienso perder los vínculos afectivos con aquellas personas que sé que me quieren. Y, en éste sentido, hay alguien a quien paulatinamente soy capaz de amar más. Sí. A mí. Soy mi casa de mí, soy un ser humano que sueña con un sosiego y una independencia personal y definitiva. Aspiro y quiero dar todo lo mejor de mí, desde mí, y desde mi mágico deseo de aprender y de aprenderme más.
Sí. Mi casa, como metáfora o síntoma. Me estoy preparando cada día para que mi futuro sea sosegado y sólido, para que mi casa aguante y me dé el cobijo y el confort que preciso, para amar a una mujer buena y de maravillosos ojos de paz, y sobre todo, para abordar mi tiempo del devenir con la mejor noticia. Que cada vez duermo mejor y con la conciencia del deber cumplido.
-NADA MEJOR QUE ÉSO-
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