jueves, 19 de abril de 2012

- LA CAJA -



Andrés Raval fue robado y golpeado duramente en la cabeza. Una mafiosa banda de ladrones le había confundido con un potente magnate de la Economía. La mala suerte, se había cebado con Raval. Y al no encontrarle el dinero esperado, los malhechores le robaron la cartera, y por temor a que quien creían rico pudiera causarles problemas tras su asesinato, decidieron que su cuerpo se introduciría en el interior de una caja de madera, y dicha caja asfixiada, sería tapada por la tierra de un frondoso solar de las afueras de Barcelona. Y    los     mafiosos, terminaron su estratégico trabajo, y se alejaron del lugar.
Andrés Raval solo era un modesto trabajador y hombre bueno, que no percibía ni siquiera mil euros al mes en el desempeño de su labor como transportista en una fábrica de harina. Sí. El bueno de Andrés, no esperaba aquello que le acababa de suceder. No podía pensar. Pero las buenas noticias irían ligadas a esta idea. No podía ahora elaborar pensamientos en efecto, pero sus ejecutores se habían equivocado. No estaba muerto dentro de la caja Raval, a pesar de su cuerpo malherido y sin apenas visos de pulso vital.
La cabeza ensangrentada de Andrés  Raval, enmascaraba una coyuntura. Iban a haber cambios en su estado. Modificaciones, y vestigios de recuperación. De vida.
En un momento dado, Andrés sintió que volvía  a la realidad. Y poco o nada podía gustarle su situación. En el interior de aquella caja impasable, su cuerpo no respondía a las órdenes que su cerebro vivo le enviaba. Tenía la obligación de repasarse el cuerpo, sus fuerzas, y su capacidad de reacción ante la muerte amenazadora y cercana.
Así es, que el hombre, trató de testar su conducta y estrategia, en aquel extraño lugar sin luz y sin apenas oxígeno para respirar.
Raval trató de sonreír en mueca positiva, al comprobar que finalmente podía lograr que su cuerpo se moviera. Sí. Las cosas comenzaban a funcionar. Cada movimiento era en efecto un calvario de esfuerzo espantoso, pero no cabía duda en el cerebro del hombre atrapado que peor era la muerte. Sí. La muerte era el no a todo. A todo sueño y a toda esperanza.
Por éso fue, que convencido de la necesidad de tragarse el dolor, comenzó a bambolear su cuerpo y hasta a intentar erguirse y zarandearse, a la busca de tocar con su cabeza y cuerpo en general, el techo de la fatídica y enemiga caja.
Y Andrés Raval, como un desesperado, comenzó a golpear con su cabeza, brazos y piernas, aquella madera que inutilizaba su vida. Hasta que otra orden de su cerebro, le mandó que la paciencia y la resistencia podrían ser dos excelentes activos para su anhelado objetivo final: ¡Salir de aquel sitio! ...
Cuando su cabeza golpeaba la madera de la caja, el dolor era de espanto. Pero Raval sabía, que sin dolor no podía crecer y concretarse su imperiosa necesidad de sobrevivir. De modo, que trató el hombre de interpretar cada golpe de dolor, como si fuera una esperanza.
Un certero y potentísimo golpe de la cabeza de Raval contra la madera de la caja, hizo que notara como un resquicio de mayor oxígeno. Era la primera señal. Y aunque se desmayó exhausto, supo al despertar del agotamiento, que habría posibilidades auténticas de salvar el pellejo.
Dos horas más tarde de lucha contra una realidad cruel, dentro de la caja llovía ya la tierra del solar en donde se hallaba introducido Raval, y entonces éste cerró la boca y los dientes. Logró salir de allí y evitar ahogarse desde la ingesta de la tierra. Y, escarbando con paciencia jobiana, notó que aquello tomaba el color de la luz del día. Sí. Andrés Raval logró salir de aquella sentencia para su vida. La maldita caja, era ya solo un triste atrás. Ya estaba fuera y podía respirar.
-RAVAL HABÍA VUELTO A NACER-

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