Javier no puede dormir esa noche. Algo extraño sucede. O, al menos, extraño para él. Porque en su habitación no se siente tranquilo. Es madrugada y hay temporal. Pero es una especie de temporal inadecuado y raro. Porque tampoco es que llueva tanto tras sus cristales, o que el viento atemorice, o que la temperatura sea extrema.
Javier percibe algo insoportable. Casi, demoledora. Su cuerpo y su espíritu están sufriendo en exceso. La puerta de su cuarto se golpea una y otra vez a través de pequeños impactos, pero que al hombre parecen sin duda estremecerle.
Se le ha juntado todo, en su vida de temporal primaveral e inopinado: la luna llena, la presión de la atmósfera, la indiferencia de quienes no le comprenden, y sobre todo, que el propio Javier no alcanza a entender lo que sucede.
Sin duda que hay algo más en Javier. El temporal exterior se antoja puñetero, pero más o menos capeable. Otra cosa, ha de ser su temporal interior. Esto último, es cosecha propia.
Javier se revuelve entre sus sábanas, y trata inútilmente de conciliar el sueño. Imposible. Solo se escucha la mordaza en Morfeo, y su sufrimiento interior, el cual le viene tocando con claridad la fibra del dolor y hasta de la desesperación toda. Porque, la noche es larga. Muy larga y extraña. Y no ha hecho prácticamente, sino comenzar...
Javier pone ojos y semblante total de asustado. No iba a ser menos. Se asfixia entre su lesitud. Golpetea y cohabitan en él, el golpe de viento y la enorme preocupación de su vacío y de su desagradable silencio personal.
Quizás sea esto último lo que más le perjudique a Javier. Su propio silencio. Su incapacidad de confiar en los demás. El vicio de interiorizar el dolor de su silencio, guardándolo como un avaro para sí. Insólita avaricia.
No se le dé más vueltas. Los meteoros exteriores del temporal, son la perfecta excusa y coartada para que se le hagan presentes al hombre, sentimientos y deseos, que parece querer enterrar. Como el intentar, patológicamente, excavar su dolor y su miseria. Hacer un ataúd de su vida, pero con la mejor apariencia social de una sonrisa. Impostor.
Javier, está, o parece dispuesto, a engañarse a sí mismo en aquella noche desfortunada. Sigue el silencio. Y el silencio, amenaza con devorar la positividad de su corazón.
Finalmente, cansado y derrotado, Javier se queda dormido. Pero el dolor sigue dentro de él. En medio del sueño, imagina cosas nada gratas, y su estómago cruje llevado por la angustia. ¿Qué será la oscuridad que lleva el devenir vital de Javier? En esa pregunta, radica presa la respuesta. En su contradicción, y en sus sentimientos en pugna, que carecen del oxígeno del sosiego.
Por éso, al día siguiente, Javier sigue cansado y malhumorado. Ha dormido, pero no percibe el descanso. Hasta que no hable su interior, no podrá sonreír con realidad.
-MUY PREOCUPADO ANDA-
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