El matrimonio de Javier y María, hacia aguas por todas partes. Ya llevaban algunos meses bastante distantes, y hasta casi inexistentes. Se soportaban a duras penas, y la atracción del amor puro parecía haberse esfumado definitivamente. Y de sexo, cero.
Javier decidió buscar un mundo paralelo. Lo necesitaba. Por eso era buena idea la de inventarse una nueva y equívoca personalidad, ponerse a chatear, y volver a disfrutar y a soñar con otras mujeres. Con, otra mujer ...
De modo, que Javier se puso manos a la obra. Decidió, impostar un personaje diametralmente opuesto a como era él de verdad. Y muy pronto, empezó a tener novias virtuales. Y podía elegir, desechar, recuperar su libertad, desechar, hurgar, reír, y hasta soñar. Aunque fuera todo virtual, podía de nuevo soñar.
No deseaba separarse Javier de su mujer real, por aquello del que dirán, de los fracasos sociales, y por razones de una cierta comodidad y conveniencia. Sin sobresaltos. Sin sinceridad dura. No quería que nadie supiese que su matrimonio ya estaba roto y finiquitado, en la autenticidad de la práctica cotidiana. Naufragio total. Nada que hacer. Pero mejor, disimularlo todo. ¡Oh, aquel chatear tan compensador! ...
Entre todas las nuevas novias virtuales de Javier, había una que le gustaba especialmente. Decía llamarse Déborah, ser angloespañola, atractiva, deportista, audaz, y con mucho sentido del humor. Y sexualmente desinhibida.
Según Déborah, vivir a cientos de kilómetros de la casa de su Javier, era un elemento más de morbo, el cual podría facilitar la gratificación evidente que componía aquel amor chateril y a la vez, maravilloso.
Sí. Porque Javier y Déborah, ya no eran solamente amigos. Podía decirse, que eran unos enamorados totales y sentados exactamente enfrente de sus respectivos ordenadores. Y la clave de su amor, era, el no revelarse datos íntimos. No. La fidelidad de la correspondencia del amor, sería la puntualidad en los horarios del chat en el que siempre se citaban y estaban. Y así iban las cosas, hasta que los potentes efluvios de la Primavera, llevaron a Jaime a dar un salto audaz y cuantitativo. Le pidió a su Déborah el correo electrónico, el mesenger, el móvil, y todo más. ¡Oh, endorfinas y testosterona! ...
Déborah negó al principio a Javier todo lo que este le pedía. Le advertió, que aquello podría mover el amor evidente y compartido, y que igualmente podría afectar a su excitante relación de ordenador.
Pero, Déborah, empezaba también a flaquear de la convicción de sus propias afirmaciones. Hasta que un día decidió bajar la guardia, y darle todos sus datos a Javier, y a la recíproca.
Confirmado. En realidad, Déborah no era sino su mujer María, y revestida de una impostura asombrosa. Sí. Su novia virtual, era su mujer real e insoportable.
Javier, petrificado frente a su ordenador y en su habitación. María, exactamente atónita, en otra de las habitaciones de la casa. Ahora sí que estaba todo zanjado. Habían sido unos embusteros, hasta consigo mismos. Estaban huyendo desesperadamente de ellos mismos para sentirse mejor. Pero el puñetero destino, les había desnudado de nuevo, azarosamente y sin contemplaciones.
Al día siguiente, y de mutuo acuerdo, Javier y María interponían una mutua demanda de separación.
-YA NO HABÍAN DUDAS-
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