miércoles, 2 de marzo de 2011

- ¡AY, MADRECITA! -

De verdad que es imposible. De mayor no quiero ser como mi madre. No, y no. Porque, a veces, la veo y me estremezco. Veréis.
Es, la noche. El silencio. En mi casa reina el silencio nocturno, solo interrumpido por unas puñeteras gaviotas que se han apostado encima de un gigantesca grúa cercana a la vivienda.
Y, de repente, siento que yo ya he dormido bastante. Y entonces, comienzo a moverme y a removerme con pereza entre y sobre las sábanas. Empiezo a emitir ruído. Craso error. Mi madre puede oírme. Y, ¡ay, como me oiga! Je,je,je...
Dicho y hecho. Allá que me levanto sigilosamente camino del cuarto de baño a hacer mis necesidades, y en cuanto puedo, regreso rápidamente a mi habitación. Seguramente, habré burlado la atención de mi madrecita. ¡Ni hablar! Éso solo es vana ilusión...
Porque, a los pocos minutos, empiezo a escuchar cómo esa abuelita de ochenta y cuatro años que es mi madre, ha decidido poner todos sus sensores, alarmas, GPS, y radares, en su funcionamiento senecto y cerebral.
"¿Qué estará pasando"..., tiende a preguntarse la psique de mi hacedora. Y entonces, nada mejor para poder salir de sus dudas, que levantándose, con la excusa inconsciente y su pulsión de orinar o de lo otro. La cuestión es, levantarse.
Sí. Tiene miedo. Tiene mucho miedo de que yo me vaya. Y como ve la luz de nuevo apagada, necesita saber que yo estoy ahí velando la tranquilidad de su estar. Sí. De su estar, más que de su sueño.
Cuando se percata finalmente de que sigo ahí, y haciendo yo tiempo para que duerma más y descanse, entonces ella vuelve a dormitar confiada mientras se van aproximando las ocho de la mañana. Entonces, la voy despertando.
¡Pues no, madrecita! Yo no quiero ser un abuelo como tú el día de mañana, ¿sabes? No. Yo quiero estar tranquilo de viejo, y dar tranquilidad, libertad y confianza, a aquell@s que conmigo estén. Nunca intentaré meterme en la libertad de nadie, condicionando de este modo sus movimientos, ¡ay, mi niña traviesa! ...
Y, mira que quiero yo a mi madre. La adoro. Me parió. Estoy aquí, por ella. La magia mía salió de su vientre. Y en lo más profundo de su corazón, sé que me tiene y que me quiere con locura.
Como esa locura equivocada que la persigue ha mucho, y que hace que proyecte su lesitud sobre aquellos que la rodean. Y sobre el que tiene más cerca y a la vista. Que soy yo.
- ¡AY, MADRECITA, MADRECITA! -

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