viernes, 11 de marzo de 2011

- LUÍS -

Hace mil años que no veo a Luís. Pero, le recuerdo. Sí. Bastante. Porque me acuerdo que Luís apreciaba a mi madre, y la saludaba efusivamente cuando la veía con el carro de la compra camino del Mercado Central. Y mi madre, hablaba con Luís. Y hasta le daba consejos y todo.
Luís,-sin padres-, vivía con su hermano, en la calle de Carniceros de mi ciudad, la cual está a escasos metros de dicho Mercado Central emblemático y valenciano. Era muy joven el chaval. Un veinteañero con mil carencias, -sobre todo las del afecto-, muy extrovertido y a la vez tímido. Siempre me extrañó tal paradoja.
Luís, padecía igualmente problemas mentales. Es posible, que una incipiente esquizofrenia. Y, a medida que iba notando el paso del tiempo y aparecían sus naturales deseos y aspiraciones de varón, al verse frustrado e incomprendido, decidía ir un poco por la calle de en medio. Pero, era un buen chaval. De buen corazón y noble.
Luís tenía orgullo. Y no pedía ayuda. Un día, por razones económicas de esa Valencia nueva y del poder, lo tiraron de casa a él y a su hermano,-también deficiente-, y lo trasladaron a un albergue de acogida que hay cerca del barrio de El Carmen. Pero, a Luís aquello no le agradó. No le convencía. No le gustaba estar allí. Y su familia,-que debía de tener en un pueblo de Albacete según me contaron-, siempre pasaba olímpicamente de él. Preferían la comodidad de la distancia.
Poco a poco, Luís empezó a caer en barrena. En picado. Su deterioro, era más que evidente. Se ponía a fumar compulsivamente en medio de la ansiedad y la tristeza, estaba extremadamente delgado, empezó a tener problemas con la justicia, seguramente coqueteó con la droga, y al no tomarse la pastilla para controlar su patología mental, la Generalitat le retiró su pensión de minusvalía e incapacidad.
Y Luís, dejó de sonreír. Se emperró con un amor no correspondido. Siempre estaba a la bronca con todos. Discutía, hasta con aquellas personas que le ofrecían desinteresadamente el afecto. Su mirada aparecía como dura e insensible. Estaba convirtiéndose en otro Luís. En un Luís muy distinto al que mi madre y yo habíamos conocido. Empezaba a no ser él.
Cuando me veía a mí o a mi madre, o bien nos pedía sin mediar palabra una moneda o un cigarro, y a continuación decidía no detenerse a hablar con nosotros. Era evidente que ya no confiaba en nadie. La falta de cariño, empezaba a hacerle demasiado daño. Estaba peligrosamente solo y desasistido, y sus pensares estaban clavados en su dolor y en la vendetta.
Sí. Hace mucho tiempo que no veo a Luís. Y os confieso que casi me alegro. Porque ver el picado hacia el suelo de Luís, me llenaba de tristeza. Y un tanto, de ira.
Debe de haberse marchado al pueblito de Albacete donde nació, y espero que las cosas le hayan ido mejor en todo este tiempo. Cosa, que dudo. Porque Luís debe de estar en un infierno de dolor, de drogas, de penales, o vaya usted a saber.
Mas yo, prefiero recordarle con aquella generosidad y hasta mirada cándida, con la que atendía a mi madre cuando él aún estaba bien.
- ¡SUERTE, LUÍS! -

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