He tomado la pequeña estufa eléctrica de dos hilillos, y la he trasladado al otro extremo de mi casa. Y entonces, algo se ha desprendido de uno de los soportes laterales. Sí. Un tornillo y una arandela. O, algo así. La conclusión parece evidente. No muevas demasiado un objeto y delicado que te obsequia con calor, o el frío castigará tu casa hermosa y de esperanza de futuro. Es mejor, una estufita en un lado de la casa, y otra en el otro. Más práctico y duradero todo. Mejor dispuesto.
Apesadumbrado y pensando en mis bolsillos y en el dinero, me hacía cargo de que una estufa ladeada es peligrosa e inadecuada, y que es una pena triste y una lástima. Pero, lo mejor, estaba a punto de llevarme a la convicción. Poco lamento ...
Y, ésa idea, me ha llenado de fortaleza y de gozo. La idea de la practicidad me hace fuerte. A veces, se aprende a base de caerse, pero lo importante de caerse es saberse levantar. Lo demás, es secundario si se es y se sale airoso de las situaciones.
Éso, es una medida de mi crecimiento personal. De mi mayor seguridad y eficacia. La estufa se ha torcido, pero solo es una anécdota en mi vida. Como cuando tienes una lesión, y sabes que te puedes recuperar y que no se acaba el mundo en el proceso de tal recuperación. Que, las cosas, valen la pena porque en efecto lo valen. Que, la vida, sigue. Que todo son pruebas y retos, que me miden con mi capacidad de adaptación a las situaciones que van a ir apareciendo.
La estufa se ha ladeado. Se ha roto o torcido. Pero eso no significa que el calor haya cedido, o que la energía de la cerilla que prende para que aparezca la vitalidad de mi esperanza no exista o esté mojada e inservible.
No. Al revés. Si la estufa se ha ladeado, solo es un objeto que tiende a ceder destruído o inservible a causa de la solicitud. Pero otra cosa, soy yo. Yo no me siento en mí que se ladea o que se me desvanece el calor. Todo lo contrario. Lo que pienso es que el calor soy yo, y que de mí sale dicho calor, y que solo soy yo quien tiene que hacer brotar de nuevo dicho calor. Y, naturalmente que lo voy a seguir haciendo.
Mañana mismo, me iré a una tienda de los chinos o a una casa de electricidad de aquí cerca en la barriada, y sin falta y por la mañana, adquiriré otra estufilla mirando que sea baratita, eléctrica, y que tenga dis hilillos igualmente como la vieja.
Y, después, más tranquilo por la energía de la vida que da mi calor renovado, agarraré la vieja estufita y trataré de colocarle de nuevo tornillos y arandelas, para que vuelva a estar recta y en su sitio. Los achaques de la vieja estufa, me recuerdan la necesidad de renovarme y de adquirir otra. Y si la reparo, entonces tendré dos, y mi casa estará duplicada en calor y bienestar. Que es, como debía haber estado siempre.
Ya no es como antes. No me hunden las adversidades o cansan las renovaciones. Las frustraciones me espabilan y me ponen en marcha. Tengo la cabeza de un soldado rebelde o irreductible. Me va la marcha. Cuando las cosas se tambalean o ladean, entonces me sale una sonrisa con color a día y a protección, y me digo a mí mismo que la lucha y la pelea son una demostración evidente e inteligente en mí de que marcho por un camino positivo e inevitablemente acertado.
Me tranquiliza pensar en la anécdota peque de la estufita ladeada. O, en la metáfora del calor que parecía extinguirse para mí y en mí. No. De éso, nada. Para caminar, para moverme, para moverme, para sonreír, para hacer sonreír, para soñar, para protegerme del frío y de la humedad, y para darle un beso a la casa que me cobija, no se ha inventado otra cosa que el motor de la práctica y de la decisión.
No me arrugo. Soy, calor. Aprendo. No ha pasado nada. Al revés. Lo adverso puede ser a veces un amigo empujón y un acicate.
-ME REMITO A LAS PRUEBAS-
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