La directora del coro convoca a una magia que ha de ser matemática y de reloj suizo de precisión. Ha de comenzar la melodía, la canción, el tiempo y la expresividad.
Crea. Inicia. Marca e indica. Todos a la vez deben averigüar ese momento crucial. Y para éllo, la directora se concentra y mueve lenta y firmemente sus manos a la vez que nos mira. Está a punto de concretar su deseo. El silencio roto, debe dejar paso al inicio coral del unísono y de lo simultáneo. Una sola voz compuesta de muchas voces, debe iniciarse. Gran dificultad de ejecución. Encajar a tod@s. Que nadie tome ventaja o se quede atrás ...
Los ensayos serán la clave. En ellos, la directora no debe hacerse demasiadas ilusiones. Las cosas, no han de salir de reloj. Y, en efecto, no son así. Es un trabajo paulatino y paciente.
Al indicar el inicio graciosamente, audazmente, hay desconcierto en el grupo coral. ¿Cuándo es el momento exacto y cronometrado del gran inicio?, ¿quién debe empezar antes y después?, ¿por qué esos nervios, imperfecciones, inquietudes y malestares? No se sabe. Nunca se sabe del todo bien. Casi nunca se sabe del todo bien.
A pesar de la concentración máxima, no hay placer de inicio. Manda un individualismo feroz y personal, y un deseo brutal de competitividad y de sobresalir hacia la vanidad y el hedonismo de la voz ganadora, destacada y hasta preponderante.
No es fácil la primera concentración. Nuestro mundo cotidiano, está cargado de individualismo. De modo, que tomar esos hábitos y tirarlos a la basura del error, se constituye en un acto de ruptura y de innovación. Casi algo insólito.
Sí. Pasan muchas cosas en tod@s nosotros cuando la directora concluye que toca el inicio de la expresión del grupo. Aparentemente, es algo menor. Pero sabemos que no lo es. No estamos bien cogidos de la mano. Nuestras voces pueden caerse en la anarquía del error.
Las manos de la directora, tratan de ser modestas y humildes, enérgicas pero no vanidosas, oportunas pero no reinas, necesarias pero no definitivas, precisas pero no básicas. Debe haber una correspondencia y una académica reciprocidad positiva.
Primer error. La jefa del coro abierta al despegue. No ha salido bien. No hemos salido bien. Algo ha fallado. Ha habido inoportuno y hasta previsible disenso. El triple, no ha entrado. El chut a puerta ha salido desviado fuera de la hipotética portería anhelada.
De modo, que hay que repetir. La líder del coro, detine súbito el intento colectivo. Algunas o algunos, hacen una mueca de adversidad y de contratiempo. Han fallado, se ha fallado entre sí, y quiere aparecer algún que otro inevitable lamento.
Pero la profesora del coro, es valiente. Nunca va a dejar que la dispersión del ánimo alcance el corazón apresurado del grupo cantor. Parará la creación, pero nunca la sucesión. Lo va a intentar una y otra vez. Hasta que, finalmente, élla nos mide a todos y cada un@. Su sentido del tiempo es el reloj musical que se precisa.
Y, a continuación, con generosidad y hasta con audacia, da el okey con su expresividad gestual y con su mirada, y el coro se anima desde una interiorizada sonrisa. Ha salido. Todos hemos desembarcado en medio de la aceptación. La canción, puede seguir. Y esta vez sí que el silencio se hace recuerdo y se destroza a golpes de tiempo. De no se sabe dónde, aparece un sonido, a la vez que se abre y compone el cuerpo de un cantar y de una expresividad conjunta.
Nada pues se detiene ya. Un puñado de almas y de seres humanos, cantamos socialmente unidos camino de nuestra alegría y de nuestro hobbie favorito. Estamos cantando. Y, bien. Y respiramos, y abordamos las notas, y los silencios, y todos los tiempos. E imitamos en gozo a los trinos y al viento, y creamos unos momentos inolvidables que nos mecen el espíritu y que nos llevan a la plenitud y a la satisfacción.
-BUEN DISPARO, BUEN CANTAR-
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