Sí. Muchas cambios en mi vida. Estoy creciendo subido casi a un tren bala, el cual me da bandazos y también mucha ilusión de salud.
Me está cambiando la vida a una fuerte velocidad de vértigo extraño e inédito; necesarios cambios que aparecen en mi vida que solo desea y tiene la obligación de crecer.
Es durísimo y un reto honroso y especial. Una dureza bestial, que me indica que estoy en el camino y que ese camino está lleno de pinchos y de bisoñeces. De ilusiones y de pánicos, de sorpresas y zozobras temerosas, de miedo y de placer.
Todas las noches ya en mi casa mía, puedo hacer balance del tiempo que llevo perdido y de la obligación de recuperarlo a base de marchas audaces y necesarias. Todo es nuevo en mí , como sujeto activo aunque principiante de mi propia vida.
Se termina en mí un tiempo de dependencias y de momentos errados. Sale mi yo, y entonces el color es agobiante y las distancias parecen kilométricas y hasta inabordables. Y mi niño interior se llena de dudas, y como soy un hombre, decido que no hay tiempo para la pausa perezosa ni para el lamento de un tiempo de atrás que ya se ha muerto para no regresar fácilmente a mí. No lo deseo.
Venía cansado hoy de entrenar y ensayar con mi Coro musical. Pero, a la vez sentía la felicidad de encontrar en cada pregunta de mí a un tiempo de nueva realidad, de nuevas interrogantes por hacerme, y de repasados hábitos nuevos que es necesario encauzar y abrazar con todo el mimo y la serenidad.
Mi etapa seguramente más dura, desde la incomprensión y desde el desconcierto inicial de muchos de los otros y de las otras. Mas de poco o nada sirve la queja. La queja está para descansar, para que se torne tibio el caldo ardiendo de la nostalgia imposible, y para que venga el resultado y la concreción. Para que mi miopía alcance el visor de los cóndores. Para que la vida de mí, me abrace y me bese. Para que yo sepa darme mucho más amor a mí mismo.
Atrás las protestas y las dependencias, fuera los adosados, que se vayan los que no me aprecian al exterior de mi lugar, y que quede en mí mi horizonte más pleno y despejado. Como las estrellas del firmamento en una noche libre y de postal. Como una noche real, y nunca de fantasía imposible.
Éste y no otro, soy yo quien os habla. Quien os escribe. Yo. Yo soy quien se levanta muy cerca de las siete de la mañana y se marcha a gran velocidad a la casa de mi madre dependiente. Yo le doy lumbre a las últimas luces de su vida frágil, tierna y emocionada. Y estoy con ella muchas horas, y tomo el mando de su orientación, y me enfrento a mí mismo y a unos límites que solo lo son en apariencia.
Maduro porque lo necesito, lloro por adentro y me emociono a veces por afuera, admiro a las mujeres inteligentes y hermosas, y envidio sanamente a los varones que ya lograron crecer del todo.
Es una envidia viva y de ansiedad. Tengo mucho camino todavía por transitar, y cada vez soy más consciente de la tremenda pelea que me aguarda. Es todo como una lucha de emociones que se suceden, como en un manantial de mi crecer y de mi necesidad de ser mucho más yo mismo.
Si. Yo. Y nada más y nada menos, que yo. Con todos mis aciertos y con todas mis virtudes, con mis ocurrencias y mi verdad, con mis juegos de pelota ágiles con las ancianas señoras de la gimnasia del emblemático Jardín Botánico de mi Valencia, con la fuerza potente de mis brazos y mi vitalidad de atleta amateur, con mi valentía y mi perseverancia, con mi impaciencia, con mi alegría y con toda la esperanza.
-SIGUE CAMINANDO MI SOLDADO-
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