Junto al calor de la oscuridad de la mirada ajena y cotilla, en medio de sí mismos y de su afecto, a la vez que el trino y la empatía de vivir, los enamorados se toman de la mano y del azar, y hacen arabescos de carantoñas y caricias mutuas y tiernas.
Hacen el amor y el beso encaprichado y bravo de atreverse a amarse. Juntan y lían. Sus brazos y sus roces gozosos, más allá del paisaje o de la vicisitud.
Se miran. Se tienen, se saben, se huelen, se gustan, se sienten bien entre sí, hacen relax con sus manos y presencias, ríen y se dicen monadas ocurrentes y oportunas, y gozan de dos corazones en uno y en medio del mar calmado de su felicidad.
Juegan los afortunados al amor azaroso y auténtico, con la fruición y el entusiasmo de las endorfinas alegres y sudorosas que dicen que sí. Sueltan a mimarse, a escampar el asombro y el arrobo, a verse constantemente como si fuera la primera vez, y a pintarse de colores positivos su realidad carnal e íntegra.
Allá ha quedado la reticencia fría e inane del hielo de la timidez inicial del no conocerse. Sí. Ahora toca quererse del todo, no tener nunca bastante, apostar y afianzar el amor, darle sorpresa de globos y de traca a la relación fluída y auténtica, y tomarse juntos a la hora de la merienda un chocolate compartido por dos bocas unidas.
El beso. El beso de la ternura y el deseo. El beso del unirse, de tenerse más cerca, de explorarse mutuamente los estímulos y los orificios que dejaron de ser tabúes de moral y de negativa represión. Porque triunfa el amor y la libertad.
Bésame, bésate, siéntete, siéntate, mírate, mírame, dame tus manos y tu confianza, sé femenina y yo varonil, depila tu piel y yo te daré el músculo amplio, ponte guapa y yo me pondré orgullo de apuesto, dame toda tu verdad y yo te ofreceré mi gallardía y respeto de eterno varón. Tú a tú. Mí a mí. Soles. Sol ...
Dama mía y caballero tuyo, chica de mí, muchacho de tus vanidades evidentes, dos en una luna, cuatro piernas que hacen trazos creativos en medio de un prado soleado, o que coronan a risa el risco más exigente.
Ambos. Tú y yo. Tú y tu amor. Tu placer y tu vida, tus labios y mi barba, tus momentos de masaje y mis tiempos en los que solo tú puedes existir. Porque eres la reina de mi bien.
Salta, baila, muévete, retoza, ríeme, y sobre todo mírame con ese abanico de matices que me fijas en los ojos cuando me amas. Sigue queriéndome y haciéndome el sueño de tí y la proeza de mí. Sabemos querernos e inventarnos el amor, apurar el manantial de ese agua que brota como una magia, y que solo acertamos a explicar cuando la palabra no acecha o cuando los demás no están ni aparecen como seres inoportunos bailoteando alrededor de nuestro tiempo elegido para la satisfacción de nuestra quietud.
Que nos envidien si nos amamos, que allá éllas y éllos. Poseemos la carta del amor que va buscando la luz de nuestra verdad y de nuestra autenticidad. Tenemos la suerte de ser gozosos en Eros, y que nuestra colonia es unisex, y nuestros vestidos un intercambio de apuestas y de confianzas.
Y cuando cae la noche, la palabra es una anécdota delante de nuestra verdad, y entonces ni siquiera necesitamos decirnos las cosas entre nosotros porque salen solas. Y fluye como en un hechizo toda nuestra realidad, y nuestros zapatos salen despedidos desde nuestros pies hacia el mar de nuestro descanso. Y entonces brillan más los astros, los asteroides, los enigmas, y los brillos de toda la fantasía que nunca los poetas en alarde podrán cantar o imaginar.
-PORQUE NOSOTROS SOMOS POESÍA-
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