domingo, 27 de enero de 2013

- EL PERRO DE MI ESCALERA -



Desde hace un año aproximadamente, cada vez que subo o bajo los tres pisos que tiene la escalera de mi finca, escucho el potente y orgulloso ladrido de un perro blanco y grande, cuyos dueños no han deseado ni desean educar en el silencio adecuado, ni en el respeto hacia los demás. Seguramente, desde su irresponsabilidad, a dichos dueños les parece más o menos bien que ladre a todo el mundo y de modo fuerte, como de vigilante de una casa de campo labriega.
Recuerdo un día, que mientras paseaba a mi madre por la acera de la calle en la silla de ruedas sita, el perro se lanzó hacia ella sin respetar distancias ni consecuencias, y ante mi sorpresa negativa encontré una sonrisa irresponsable y traviesa en los dueños de dicho ineducado y bello can blanco. "Qué extraño", me dije ...
Sí. Las fincas son un azar, y sus vecinos una lotería. Pero, yo, quiero centrarme en mí y en mis respuestas y actitudes. Veréis.
En efecto, y como os contaba al principio, cada vez que paso por el segundo piso   de  mi  escalera, los ladridos potentes del perro me ponen a prueba. Y recuerdo, que como soy muy impetuoso, ordenaba con firmeza al pasar por la puerta a dicho perro,     que   guardase respetuoso y adecuado silencio.
Pero, al revés. Cuando el perro blanco escuchaba mi protesta y queja,     entonces       se  envalentonaba y ladraba con mucha más energía y potencia en dichos ladridos. No admitía opiniones de otros, que no fueran de los inmaduros y jóvenes dueños que le dan hogar y comida. Y, poco más.
Como no soy persona que ame de las tensiones ni de los malos rollos, pensé inicialmente que todo se iría superando, y que finalmente los molestos ruídos se terminarían corrigiendo y hasta desapareciendo por completo y definitivamente. No quiero llamar a la policía para denunciar in situ los hechos, porque prefiero que las relaciones vecinales sean lo más fluídas posibles, y sé que si llamo a los agentes, se ajará definitivamente la cosa. No tengo ganas de líos ni de follones.
Hace unos meses, llamé al timbre de la citada casa, y el maleducado jovenzuelo dueño del can, mostró una actitud tramposa, estúpida y despreciativa. No toleraba que nadie le llamara la atención. Es un muchacho que se ha criado con muchos problemas, y su vida     no    se  caracteriza precisamente por la mesura, el rigor y el respeto. ¿Qué hacer entonces?, ¿lo fácil?, ¿dejarse de historias y denunciarle? ...
No. Decidí, que no. Pero me di cuenta de que el problema nunca sería el bello animal blanco, sino su adversa circunstancia. Es un perro realmente guapo y destacado. Vital y hermoso.
Poco a poco, mi perro interior también se ha ido modificando. Hasta que un día, descubrí que aunque el perro me ladraba con la misma fuerza, mi reacción era contenida. Sí.   Estaba empezando a ser capaz de contenerme. Me sentí realmente bien por adentro. Y pude verme mejor a través de la prueba cotidiana del perro sin educación.
Podía detener mi frustración ante el can con modales de guardián amenazador, y no le hice ni caso. Y, he seguido por el mismo camino. Cada vez, le hago menos caso. Paso de él y de su molestia impertinente. No. El disparo estaba equivocado. El problema, era mi fragilidad y mi indefinición ante las cosas. Ahora, creo que ando mejor posicionado y con las ideas más claras.
Sigo. Con los dueños, no hay nada que hacer. Meterme en denuncias y pleitos no será bueno para mi salud, y lo que yo necesito es paz y sosiego, y no digamos ahora que cuido a mi madre tesoro y senil a un tiempo.
El resto de los vecinos de la escalera, se hacen los sordos y pasan de todo. Son astutos y no quieren problemas. No voy a contar con ell@s para que colaborando entre todos, se formule una denuncia conjunta. Pero, por encima de todo, me alegra mi nueva tolerancia y aceptación mayor de los problemas cotidianos.
-MI PEQUEÑO PASO MÁS EN MÍ-

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