sábado, 6 de octubre de 2012

- MI PINO SECO -



Hace ya algunos años, en una promoción que ofrecía un períodico que compro habitualmente, me regalaron un pequeño pino en maceta. Era una buena idea la de acercar la naturaleza, que fuera en miniatura, a los hogares de la ciudad.
Os confieso que al principio me sorprendió todo. Yo, los pinos los veía en el monte, en su medio natural, libres, altos, fuertes, y salvajemente bellos. La idea del pimpollo en maceta, no me atraía excesivamente. De hecho, un pino es monótono y ofrece poca sorpresa. De hoja perenne, siempre está ahí, pero no genera efectos especiales      o    sultimente   coloristas. Mas, yo, miraba a aquel pino ...
Pasaban las semanas, y el pino estaba allí. Lo había puesto en el balcón, y se ve que acerté. Tenía aire, sol y espacio. La maceta estaba empezando a ser su amiga. Y seguían pasando los meses, y los años, el pimpollo crecía, y yo comencé a cogerle el cariño que simboliza la vida fuerte que está, se desarrolla y fortalece.
Aquel pinito se convirtió con el paso de los años, en una especie de mi favorita mascota botánica, que aguantaba desde las raíces y con fortaleza, todo lo que le echaran. Soportaba perfectamente los inviernos desnudos, y las abiertas calenturas del verano valenciano.
Sí. Mi pimpollo era infalible; un maravilloso proyecto vivo, en el que yo podía confiar. Era mi marca segura, mi pequeño arbolito que siempre estaba, y todas esas cosas. Y además, mi conocida afición a la jardinería quedaba complacida y recompensada. Mi pinito era de los mejores de la clase. Siempre bien y en su sitio; justificando mi labor jardinera y mis cuidados sobre el pimpollo y todo el resto de las demás plantas que decoraban y decoran de vida natural mi balcón antiguo y entrañable.
Años y años de pino enmacetado y peque. Años de disfrute de pino. He perdido hasta   la cuenta, de lo que me ha vivido reinando a su modo en el majestuoso balcón. No sé si fue la ley de vida, que hizo que el tiesto se le quedara chico para el desarrollo de sus raíces, o si fue la descomunal tempestad del otro día que las pudrió. El hecho es que el pino se ha secado. Ha fenecido. Ha muerto ...
Ahora, lo estoy enterrando. A mi manera. Todavía no quiero tirarlo a la basura, y tengo mis reticencias. Pero, definitivamente, creo que he captado y hasta desencriptado el mensaje que el bravo pimpollo desea transmitirme incluso después de secado y muerto.
Lo que el pino quiere, es que piense en lo que él ha simbolizado a pesar de su pequeñez formal. El pimpollo me dice que él fue vida, y que no me ande con milongas. Que, la vida, debe seguir y con toda la fortaleza. Que, lo tire. Que no quiere ser momia de morbo de museo, o material de pesar o de pena, o rosario de la madre de una hipotética novia. El pino quiere irse, y del todo. No desea verse así ...
Es lo que voy a hacer. En cuanto tenga un poco de tiempo, agarraré el pimpollo,     me   cercioraré definitivamente de su defunción, pero no me pararé en substancia dubitativa. No. Arrancaré desde el tronco potente y ahora huero que la malsujeta al fondo de la maceta y de la tierra ya anodina. Lo sacaré de allí...
Lo partiré en trocitos, lo meteré en una bolsa, y le daré mi adiós sin pesares ni zarandajas. Y otra planta ocupará su lugar, y el balcón no deberá notar suplencias, y la vida no se irá de mi balcón abranzando la fortaleza renovada y la estética posible.
Mi pino, se ha secado. Pero, no yo. Yo sigo ahí aprendiendo de la vida y de sus procesos. Y volveré a asomarme al balcón vital, y a cantar con alegría mis sentimientos   y   emociones eternas. No estará ya el pino, pero siempre conservaré la esencia de su mensaje.
-FUERZA Y VIDA-

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