En mi paseo por el crecer de mí y desde mí, esta mañana en el Jardín Botánico la ternura me dió un empujón suave y tremendamente potente. Me sentí como papá de unas nenas chicas. Os cuento. Veréis ...
En ese mágico Jardín de Valencia, coincidimos los ancianos habituales con sus cuidadoras, el tesoro que es mi madre que llevo yo desde la silla de ruedas, y a veces cuando llega el fin de semana aparece una guapa y joven cuidadora ecuatoriana con sus niñas cuidadas de año y medio de edad y mellizas, con sus rubitos cabellos y su encanto vital e infante. Esas nenas, se llaman Nuria y Elena.
Es difícil saber quién es una y quién la otra. Pero, se puede saber. Elena es más espontánea que Nuria, y Nuria es más cerebral e independiente. Y, ya me conocen, y no soy para ellas ni para su bella cuidadora Lorena un grandullón extraño. ¡Que va! ...
Creédme. Yo, que no he sido padre por vicisitudes de la vida, puedo ahora experimentar cómo el encanto y los pasos traviesos e inseguros de estas dos rosas pequeñitas e idénticas, me llevan a sentirme seguro, audaz y decidido.
Y va, y ni corto ni perezoso, le digo a Lorena que me voy a pasear a las nenas al umbráculo del jardín, en cuyo interior hay un bello estanque en donde moran unas simpáticas ranas, las cuales hacen las delicias de la grey infantil.
Lo más sentido e importante para mí de este escrito de hoy, es tratar de reflejar lo que he sentido cuando Nuria y Elena han aceptado con toda naturalidad y con responsabilidad ese peque paseo de confianza y de magia.
Sí, niñas. Me habéis aceptado la mano, y os he tomado dichas manitas, y habéis caminado conmigo hacia el estanque de las ranas. Caramba, caramba, lo que se siente. Ver a unas niñas de mi mano. Sí. De la mía, que no tuve infancia, y que a pesar de todo he hecho de su tío José, me han obedecido, se han portado muy bien, y no me han dado guerra. Y les he indicado dónde estaban las ranas, y dónde la gorda mamá de dichas ranas apenas solo sacaba la cabeza, agazapada entre los nenúfares acuáticos y miméticos con su color de piel.
Sí. Nuria y Elena se han sentido bien y seguras con el paseo con ese hombre de las gafas que ven y conocen. Y te das cuenta del orgullo que te entra, y que te sientes ancho con ellas dos de la mano, y que una se ha quejado un poco porque soy un brutote y la he apretado demasiado la mano porque no tengo costumbre de tomar y llevar a tan frágiles y maravillosas criaturas.
Ves, cómo de tontas, nada tienen. Cuando bajas la cabeza y las hablas, ellas saben perfectamente cuándo les hablas de verdad y cuándo lo haces de pega y para quedar bien. Me emociona y hasta impresiona su naturalidad. Se han portado más que bien, y las he devuelto a los dominios de su más que cuidadora y bella Lorena.
Os confieso y os recomiendo que no os perdáis las experiencias de la ternura. Nos hacen crecer, desear proteger a los niños, y ofrecerles seguridad y protección con divertimento. Exactamente, lo que hoy me ha pasado a mí.
Nunca le digáis a nadie que ni Nuria ni Elena no tienen papás, dado que su madre optó por la inseminación artificial, y falleció durante el parto. Ahora, es su tío quien las tiene y adopta. Pero está su cuidadora Lorena que las quiere casi como una mamá, y están todos los demás familiares que tienen, y todas las personas que sabemos que estas dos niñas son un amor, y que toda protección para su futuro será poca. Y quienes conocemos su situación, su gracia y su vitalidad, haremos de esa maravillosa circunstancia vital una oportunidad para quererlas más. Y Nuria y Elena, me darán un beso solo si les da la gana, y cuando no, me aguantaré sin berrinches ni frustraciones. Están jugando a crecer y a vivir, y solo merecen amor, besos, y toda la protección y el cariño.
-COMO MI TIEMPO EN TERNURA-
0 comentarios:
Publicar un comentario