El señor Enrique se sienta todos los días en el Jardín Botánico, y siempre le ves leyendo un libro a solas, sentado en uno de los banquitos. Da igual que sea verano o invierno, siempre está el señor Enrique con un libro en las manos. Se distrae y se culturiza, pero también se distancia a veces de sí mismo.
Lo comprobé el otro día, junto a una fuente preciosa y circular que hay en dicho jardín. Conoce a mi madre y a mí de tanto coincidir, y por tanto me saluda siempre con cortesía. Porque el señor Enrique es un hombre educado.
Y decidí darle carrete. Le pregunté cosas de él, y casi sin darse cuenta dejó cerrado su libro, y me contó unos trozos bastantes hilvanados de su vida nostálgica de joven. Ya es un hombre mayor ahora.
El señor Enrique, ama los Poblados Marítimos. No lo puede evitar. Forma parte de su identidad y de su recuerdo. Me dijo que la valenciana barriada de Nazareth tuvo que soportar que la devorara el momumental avance del Puerto Autónomo, y que hoy en día no hay ningún sitio en ese barrio desde donde se pueda contemplar los vestigios de las playas y del mar de aquel tiempo. Que, todo ha cambiado.
Yo, le pregunté sobre el fútbol. Los hombres siempre hablamos de fútbol. Siempre. Lo que pasa es que a mí me interesaba tirar de su timidez, y que se soltaran todas sus cautelas y pudores. Todo su encierro defensivo. Y como el lector impenitente de libros que es el señor Enrique es un ser social, comenzó a contarme cosas que nunca olvida. De la mili, y del poco dinero que se ganaba antes jugando al fútbol. Que, todo es diferente hoy.
El señor Enrique esbozó una sonrisa real, y su libro de atención fui yo por unos minutos. Me dijo que había sido centrocampista fuelle y pulmón, y que no se cansaba nunca. Que, no era malo, pero que esto del fútbol es una lotería y un azar. Jugó en el mítico campo de Vallejo y en el Estadio de la Malvarrosa. Es del Levante UD a muerte, pero le gusta también el Valencia y no quiere rivalidad. Tiene amigos en ambos clubes. Es afecto al ex entrenador del Gandía, y su ídolo fue siempre el mítico atleta de fútbol y de Sueca,-que jugó el Mundial de Brazil-, Antonio Puchades. Uno de los mejores jugadores valencianos de todos los tiempos.
Cuando el señor Enrique me hablaba y con entusiasmo, su sociabilidad brillaba, y su libro me miraba con envidia y menoridad. Siempre tímido y correcto, el señor Enrique es modesto y huye de todos los alardes. Trata de ser ecuánime, y a todo le busca la explicación positiva. Lo comprende. Comprende su adversidad y sus límites, y nunca aspira a aquello que ya nunca podrá ser.
Quizás no sea del todo sincero. Porque casi imperceptiblemente, comenzó a decirme que algunos de sus compañeros fueron fichados por el Valencia, que era y es el equipo rico de la ciudad. Sí. Claro que el señor Enrique tiene deseos, y le hubiera gustado ser una figura bien pagada del fútbol valenciano y español.
Y, seguramente, le hubiera gustado muchas más cosas que nunca me contará, y nunca me sonreirá totalmente abierto para contarme todo lo que la vida no quiso darle. Porque el señor Enrique es educado, vivió el franquismo y tuvo dolor. Mucho, seguramente.
-AUNQUE EL LIBRO LE SONRÍA-
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