¿Es tan banal que un tipo se tire desde la estratosfera? Aparentemente, es una solemne majadería y temeridad. Y con la fuerza publicitaria y americana del Red Bull, todo parece remitirse a una excelente operación mercantil y publicitaria.
Me da igual. Coño. Pero lo que ha hecho el terrestre y austríaco Félix Baumgartner, tiene un enorme mérito simbólico y sintomático.
Tirarse desde cuarenta mil metros de altura desde una nave, y cayendo a más de mil kilómetros por hora, es algo que ha de hacer pensar.
Cristóbal Colón, ¿estaba loco?, ¿los hombres podrían algún día pisar la luna?,¿qué hacen los montañeros ascendiendo los grandes y nevados ochomiles?, ¿qué sucede con los retos y los inconformismos humanos?, ¿puede la ilógica a veces irracional de las emociones emitir tanta novedad y creatividad? ...
Los límites. ¿Qué es éso de los límites? Parecería que el hombre se siente a veces enjaulado dentro de lo rutinario y aparentemente imposible. Quizás la búsqueda azarosa de la adrenalina pueda enmascarar que no nos sentimos demasiado libres aquí. Por éso, nos rebelamos contra los esquemas trazados por otros. Hay un componente de rebeldía y de inconformismo en muchos de nosotros. Sentimos la necesidad del alarde, de demostrar a los demás que podemos hacer más, queremos torear a fieros animales, y alejarnos de una puñetera vez de aquí buscando las estrellas más lejanas y enigmáticas. El peligro como placer.
Sí. Al show yankee hemos de darle el mérito y la habilidad para concitar la expectación inmensa de conexión. Y hay que ser igualmente rigurosos. Habría que cuantificar cuánta gente en el mundo pudo ver la temeraria hazaña de Félix Baumgartner. ¡Una barbaridad! Un récord mundial de sueños de todos nosotros. Volvimos a la espectacularidad emuladora de la Conquista de la Luna o el Espacio, o de los lanzamientos, o del misterio de los astronautas, o de la necesidad de volver a leer a Julio Verne el gran mago.
Sí. Emociones humanas como hormonas adolescentes en acción. Humanas. Un poco fuera de lugar, pero es bueno tener sueños, y pasar miedo con el austríaco de Red Bull, y con el globo interminable que le llevaba a los fríos bestiales de la estratosfera, y mirar los gestos humanos del supermán preocupado pero convencido, o las caras de sus familiares, o la pericia de los técnicos de la idea que lleva ríos de riesgo, o la gran posibilidad de la muerte como pensamiento comercial y temeroso en muchos de quienes hemos visto esta loca y maravillosa animalada.
Sin duda, que yo no me tiro desde cuarenta mil metros de altura a la velocidad supersónica, pero no obstante me embriago de emoción y deseo, y reconozco que este tío los tiene bien puestos.
Menuda sangre fría el tirarse como un paquete desde el espacio, tomar las fuerzas del exterior con calma, apostar por un final feliz, y tener el coraje y la sinceridad de aterrizar bien tranquilo, y soltar euforia como cuando marcas un golazo o bates todos los récords mundiales que sabes que quizás no se puedan hacer. Niño feliz.
Me quedo con el entusiasmo aparentemente simplón del ser humano y de sus cosas, con que para lograr quimeras hay que entrenar, que todavía existen muchos misterios por explorar, que han de haber siempre pioneros y locos heterodoxos que nos dejen confusos como la eterna duda metódica. Sí. Prefiero ser una duda con piernas a una certeza gris y previsible. Y si no hay paradigmas excitantes, entonces voy y me los invento.
- ¡ENHORABUENA, FÉLIX BAUMGARTNER! -
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