Llegó el otoño al Jardín Botánico y mágico de mi Valencia del alma. Sí. Al mismo lugar al que todos los días llevo a mi viejita madre, para que le dé el aire, y para que el cariño de los árboles y de las plantas puedan envolverla. Lo hacen.
Y con la llegada del nuevo ciclo que deja atrás la larga estación vacacional y calurosa, en el interior de dicho bellísimo y quieto aforo de belleza natural, han reaparecido las actividades llenas de ternura que realizan las viejitas que hacen gimnasia de mantenimiento en dicho Jardín Botánico, y ante el estupor positivo del selecto elenco de turistas de todos los países que lo visitan.
Sí. Ya están las entrañables abuelitas de todas las edades, todas las mañanas, en este marco natural de estampa haciendo de las suyas. En el medio de la mañana, las diferente ancianas y algún que otro anciano, le dan vitalidad al tiempo de otoño y de senectud. Rebeldía y vida.
Por éso decía antes lo de, abuelitas de todas las edades. Sí. Una de éllas tiene achaques en la pierna izquierda, la otra en la cadera, o la aquella otra tiene prótesis en la rodilla. ¿Y qué? ...
Su animosidad y perseverancia, sorprende y agrada. Son ancianas rebeldes y sensatas, que se posicionan hábilmente frente a un mundo que rechaza su estado y jubileo, y que muestran la sabiduría de la vitalidad. Su alegría, nos ayuda a todos. Su superación ...
Mi madre, hace tiempo que ya no tolera andar por la calle. Para que se mueva por el bello recinto, he de llevarla yo en la silla de ruedas y convertirme en su motor de desplazamiento y de recorrido. De modo, que mi madre no puede incorporarse a los ejercicios que las demás abuelitas practican. Pero, al menos, mi madre sale del tedio. La doy asiento en uno de los banquitos próximos, y desde allí se distrae y observa a unos y a otros. Vive un poco las vidas de los otros, que en última instancia es una forma de vivir y huír del aburrimiento personal. De, realacionarse a su manera con los demás ...
Debajo de los trinos de las cotorras y de los mirlos, y al lado de la belleza de los árboles gigantescos y de las flores mágicas, una quincena de viejitas simpáticas, guiadas por una bajita monitora, mueven sus cuerpos y le dan agilidad y ejercicio.
Y, cuando terminan, sacan unas pelotitas pequeñas, y juegan entre sí mientras juegan a decirse palabras que empiecen por la misma vocal, y hacen así todavía más ameno su encuentro diario.
Uno de los ancianos, el señor Miguel, se trae un transistor desde su casa cercana al Jardín, y los viejos se amenizan con las canciones más cercanas a su franja de edad. Da gusto y encanto ese ambiente. Alli suena la música de Los Panchos, Antonio Machín, salsa, boleros, pasodobles, y todas o casi todas las ramas musicales.
Yo, como otras cuidadoras que estamos allí, no nos lo pensamos dos veces porque es peor, y dejamos la vergüenza a un lado. Y salimos a sumarnos al ejercicio natural y respetuoso, al lado y en medio del coro veterano, lleno de magia y de vida sana. También los cuidadores hemos de ser cucos, y aprovechar nuestros tiempos de exterior para liberar las tensiones acumuladas durante la dureza interior de nuestros cuidados y su esfuerzo.
La mejor noticia es que los ancianos no se rinden, y reanudan sus actividades, y reivindican su derecho a su tiempo y a su risa. Y creédme que se alegran sinceramente cuando ven más juventud a su lado. Nos miran, nos sonríen, tratan a veces de emularnos, imponen su cronología desde tu autoridad, nos hablan con respeto y sin dobleces, y su aceptación ejemplar hacia otras edades y tiempos debería ser algo que nos hiciera a todos reflexionar.
-A MÍ, ME LO HACEN-
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