martes, 2 de octubre de 2012

- ESE SILENCIO GRATO -



Lleno de gente. Con gente. Juntos y cerca. A escasos centímetros los unos   de   los    otros. Silencio. Silencio aceptador y cómplice. Silencio de autenticidad y de comprensión. Silencio de seda y unión.
Plaza de un pueblo añejo, o una terraza discreta en el medio íntimo de una ciudad, o  una familia unida, o dos novios o amantes eternos que contemplan sosegados y felices la primera luna llena de Octubre.
Silencio que comunica, silencio integrador y natural. Aunque no se diga nada, se dicen miles de cosas. El silencio nos llama bonito o cabrón, nos posiciona o define, nos da un lenguaje que se aparta de ruído pero que tiene mil claves y aperturas.
Silencio de compañía y de afecto, silencio de tribu y de pandilla que se reafirma   en    la   socialización, silencio distendido que marca los semblantes y las presencias. Silencio consensuado y universal. No hay palabras ni tampoco falsedades.
Ese silencio grato y sano, aparta a pedradas insonorizadas a los quedabienes    y    deja   en evidencia a los hipócritas. Y en medio de esa quietud voluntaria y de amor, no estaba bien la verborrea o el rellenado de voces que hablan sobre intrascendencias u obviedades. Cosas esperadas y banales.
Es un silencio mágico, que te permite no decir nada a nadie cuando no quieres y no te da la gana. Cuando no te ves obligado a hablar del tiempo, del fútbol, de cosas previsibles,   o  de  insinceridades que no puede tolerar la medicina y la profilaxis social.
Dentro de ese mutismo escogido y elegido, hay un torrente de objetivos amables y deseosos. Se pueden decir mil millones de cosas sin pronunciar una sola palabra obligada. Si el silencio es tuyo, los otros que te tengan amor te lo van a respetar. Si no te quieren, te dirán que por qué no dices nada, o si te pasa algo, o por qué estás hoy callado, y cosas así. Pero si no le haces caso, es porque tu silencio será tu aliado.
A mí me gusta que la gente charle, hasta caerse de culo. Hasta las trancas. Pero lo que no se puede soportar es al vil impostor que es capaz de estar hablando horas y horas, para tener así la oportunidad de esconderse y casi de repente, le conocerías muchísimo mejor. Y, observándole, podrías hasta decidir el porqué de su verborrea defensiva que vela su ser.
Es el silencio y el gesto; la máscara ineficaz que cae derrotada por una imparable actitud. En el semblante, en la forma de sentarse y de sentirse, hay mucha información. Cuando un@ cruza las piernas en una cena y se pone cómodo, está diciendo a las claras que está a gusto y bien. Y que sabe escuchar, y sacar toda su verdad e individualidad al plató de lo colectivo. Y cuando solo mueve su cuerpo, habla a cántaros y te dice quién es.
Es el secreto o la caja B del bienestar. El silencio, las miradas fijas y atentas, el verse libre en medio de un grupo, concentrado desde la serenidad y soltando alegría desde una sonrisa que le nace de bien adentro. La gran pausa que se saborea.
El hombre también decidió inventar el silencio. Era y es un bien, una opción tranquila, un desnudo en el mar, un baño a la luz de una furtiva luciérnaga, o un dormir    plácido    y  necesario. Todo ésto es y mil cosas, es ese silencio. La sofisticación del gran primate sabio que subió a la Luna y logró ser soberano de pueblos y referente de momentos de placer. Hasta convertir una cama de amor en un silencio intenso y compartido.
-DECIDIDO-

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