Risas y llantos. Euforia y dolor. Honradez y sinceridad. Sentimientos al viento. Ganar y perder. La ley deportiva del competir. La final de una competición es dura e implacable. No entiende de emociones. Una final, es lo que es. Y nada más.
El Atlético de Madrid fue el gran amo de la gran final de la antigua Copa de la UEFA. Ahora, se llama la Europa League. En Bucarest y su estadio, todo era español y del color rojiblanco que compartían las camisetas vascas y madrileñas. Seguramente, las dos mejores aficiones de España. Cariño auténtico y demostrado.
Lo que pasa, es que ayer no hubo color sobre el césped. Los rojiblancos del Cholo Simeone tuvieron el lujo del kíller colombiano Falcao, el cual les arreó a los vascos dos disparos imparables y los dejó inofensivos, extraños, y sin capacidad de reacción. Dos a cero. Al descanso. A seguir con el pressing incansable, y a rematar al final el 3-0 con un gol del brasileiro Diego. Ayer, sensacional.
Como dice el himno de Joaquín Sabina, qué manera de gozar, qué manera de ganar, qué manera de marcar, qué manera de sentir unos colores. Qué manera de afición, qué ganas de triunfo merecido. Qué ganas de llevarse toda una final de calle y sin despeinarse. La fiesta en la madrileña Fuente de Neptuno, arde de placer y de alegría. Totalmente merecido. ¡Enhorabuena, colchoneros!
Ayer no estuvo el Athletic de Bilbao en el campo. Solo fue una sombra decepcionante, triste y bisoña, la cual encendió el lloro final y la desesperación, ante el fracaso del entrenador Bielsa. Argentino como Simeone.
Sí. Además de que Falcao saltó al campo con una pistola de goles, de que el brasileño Diego dió una lección de fútbol, o de que Mario estuvo sensacional, y de que toda la colocación y el pressing madrileño estuvo inconmensurable, los vascos estaban nerviosos y como aplatanados. Sin sonrisa.
Sorprendió su decepción. Su no creerse nada. El Bilbao estuvo lento, sin ideas, abúlico, con plomo en las piernas, pesados, y faltos de ingenio y decisión. El gran Athletic que había asombrado y hasta maravillado, generando el mejor fútbol que se ha visto este año en Europa con permiso del Barça, solo parecía la caricatura de una gran ilusión. Llorente estaba solo y desacertado, Ander Herrera parecía una pariente lejano de sí mismo, De Marcos no brillaba, y el fútbol colectivo y espectacular de los de San Mamés, parecía haber sido secuestrado por el maléfico y rumano príncipe Vlad. El Bilbao, era un equipo demasiado cansado y roto. Solo el rubio Muniáin, no parecía querer perder. Y tiraba del carro con desparpajo y en solitario. ¡Oh, qué manera de palmar! ...
La enorme alegría madrileña, contrastaba con el grito honrado del gladiador que no puede asumir que le han ganado. Lloraban. Lloraban con rabia e impotencia los chicos de la cantera vasca de Lezama. Ésto, les honra. Emociona su verdad, y hace al fútbol más humano y sincero. Si les sirve de consuelo, habrá que decirles que tienen en el calendario otra final, que son jóvenes, que han hecho un sensacional torneo y que Europa ha disfrutado con su fútbol.
Y, finalmente, felicitar a los de Madrid, jugando con autoridad, convicción y merecido éxito. Jugando como veteranos y nunca como bisoños, el Atlético de Madrid se enseñoreó de la Europa League.
- ¡ENHORABUENA, CAMPEONES! -
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