Acabada la guerra, comienza la gran vendetta del odio. El gran capitán perdedor, es llevado delante de un tribunal. El tribunal de los vencedores. Sin la menor garantía jurídica, el capitán preso y juzgado, acusa las mayores purgas.
Los jueces parciales que le juzgan, no tienen miramientos. Desde un primer momento, es el escarnio ejemplar lo que se tiene como propósito. Le acusan de mil asesinatos, de genocidios, de violaciones en masa, de evasión de divisas, de alta traición a la patria, de instituír grupos paramilitares, y hasta de malos tratos a su mujer.
El reo, al principio, va negando una tras otra las acusaciones que le llegan casi en tropel. Cuando acaban las sesiones del juicio, lo mandan al calabozo, y apenas le dan comida ni bebida. Desean que el capitán se desmorone mentalmente, y acabe confesando. Además, sus celadores vigilan que no entre en el autocastigo, y que no se suicide, porque desean ser los nuevos vencedores de la contienda quienes le ejecuten. ¡Éllos y nadie más! ...
Pasan rápidamente las horas y los minutos. Para el capitán juzgado, y para sus enemigos, los cuales desean acabar con su vida lo más rápidamente posible. La suerte, está más que echada.
El gran juez vencedor, insiste día tras día en sus acusaciones, y cuando las fuerzas del militar juzgado van cediendo y solo puede acompañarle un hilo de voz, le exigen y dicen que levante la voz, dado que no se le escucha. Hasta que el militar derrotado, que no puede más, se dirige al presidente del tribunal y afirma que ya no piensa contestar a ninguna de las preguntas que se le hagan. Y, añade, que se declara inocente de absolutamente todas las acusaciones.
El juicio, se suspende. El gran juez, golpea con furia su mano sobre su mesa presidencial. Se van a dar un descanso de reflexión, y el proceso judicial se reanudará alguna hora más tarde.
Se llevan al capitán derrotado de nuevo, camino de los bien poco iluminados calabozos. Esta vez no le van a dar ni pan ni agua. Exactamente, nada de nada. Y además, dos hombres de cerca de dos metros y con los rostros encapuchados, esperan al derrotado con unos potentes látigos en la mano. Es necesario que el enemigo confiese, y al precio que sea.
Los golpes, son brutales e incesantes. De las torturas a que es sometido, casi mejor no hablar. Las mentes pérfidas se han espabilado, y han sumado fértil y perniciosa creatividad. Le están haciendo demasiado daño. El capitán, cae al suelo inconsciente.
Al día siguiente, se reanuda el jucio. Y por la noche, ya hay veredicto oficial. El capitán es culpable de todos los cargos que se le imputan, y queda sentenciado. Morirá ejecutado ante un pelotón de fusilamiento.
El capitán derrotado, no mueve un músculo de su rostro cuando camina hacia el paredón. Pero, su esfínter, se abre de terror una y otra vez. El pánico a morir le llena y le desconecta todas sus contenciones. Está aterido de miedo aunque guarde orgullo.
Antes de que las fatales balas acaben con su vida, el capitán hace subjetivo repaso, y decide no llorar. Es un muro de hielo. Ha aceptado ya la muerte. Parece haber hecho meseta su desesperación. Es como si se hubiese despedido ya de la vida. Ha decidido morirse antes él mismo, y no por las balas.
Finalmente, los disparos le derriban. Fin de la historia. Ni los buenos ni los malos tienen razón. Solo sonríe el fatídico e irreconciliable odio.
-ODIO NEGATIVO-
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