sábado, 12 de mayo de 2012

- ESE HABITUAL SILENCIO -



Jamás lo he entendido ni lo entenderé. Pero siempre ha sido así. Mi madre guarda silencio. El porqué de su extraño silencio tiene mucho más que ver con sus carencias emocionales que  siempre tuvo, que con su actual senilidad.
Mi madre siempre pareció ser presa de un extraño hechizo. Desde hace más que muchos años, mi madre decidió que era mejor observar la vida que participar de ella.
Pasividad e indecisión en mamá. Muchas dudas. Y su adoptado aislamiento, desencadenante de la mayor parte de sus problemas posteriores. Se le fue la comunicación consigo misma, e interpretó erróneamente su realidad. Perdió las amistades y los afectos, y ni su propia familia logró comprenderla. Ella siguió la vida en silencio aislado, en una burbuja enfermiza, en otro mundo, y en otra historia. Y, con ella, nos llevó a nosotros sus hijos a lares inadecuados y carentes de la necesaria socialización. Llevada por su demencia, nos sacó de nuestro mundo natural, e hizo lo posible y hasta la imposible para    que    no    pudiéramos relacionarnos con los demás niños. Sin mala idea ni mala intención, pero nos jodió bien. Yo,  he tenido que remontar como un bárbaro. Vicisitudes de la vida.
Ahora, como sabéis, mi madre está mayor y esas cosas. La senilidad la atrapa y la acompaña. Ahora está todo más desnudo que antes. Mi madre solo prefiere ese habitual silencio. El de siempre.
Por ejemplo, hoy. Esta noche, en ausencia de mi hermano que se fue de cena, asisto a su comportamiento mientras vigilo que no se caiga. Llego a casa, y a pesar de mi cojera de cansado, ella sigue yendo a la suya. Decide marcar los horarios y los tiempos. Sigue siendo la gran emperadora de la casa. ¡A mandar tocan! ...
Me dice que le haga la cena ya, que quiere ésto y ésto y aquéllo, que no haga aquéllo otro, que ahora ponme el vaso ahí y la cuchara allá, ahora ayúdame que he de levantarme, ahora ven que quiero que me pongas el pañuelo exactamente ahí, y la bata de estar por casa, allá ...
La pongo a prueba. Le digo que sí a todo. Ella me mira altanera y un tanto sorprendida ante mi obediencia militar. Me dice que la acueste, y lo hago. Después de acostarse, me pide que la lleve al aseo y la llevo. Le da igual que sea viernes noche, y que esté agotado.
Le invito a que se tome la medicación y que se ponga a dormir, pero ese no su deseo. Su deseo es el que es, y punto. Me dice que la saque de la cama, porque está más a gusto en la silla. Al decirle que pronto le harán efecto los fármacos y se dormirá, grita y se niega   en redondo. Me dice que da igual. Que le da igual que los medicamentos le den el sueño. Que, además de fármacos, necesita que haya alguien en la casa incluso cuando duerme. Si ella lo dice, habrá que creerla. Naturalmente.
Llega finalmente mi hermano de la cena fuera de casa. Es el efecto que mi madre precisa. Es el momento de su extraño silencio que acompaña a su sueño. Ahora sí que es el momento de pasar la página de su día rutinario. Es como si mientras duerme, tuviera ya la confianza de que su sueño nunca la dejará sola. Es como es, y siempre lo ha sido y será. Hay dureza  y  exceso, pero mucha ternura. Cuando mi hermano llega, yo ya duermo. Pero ella aún quiere más.
-MI NIÑA DE 85 AÑAZOS-

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