Sí. Gracias, distancia. Ya hemos vuelto. Ya vamos siendo amigos nuevamente. Ya casi no me acordaba de cuando rompimos, y decidimos no vernos más. Pero, -y no me digas cómo-, he logrado volver a tí.
Exacto. En realidad la ruptura no fue culpa mía. Sino por temas de fuerza mayor. Me hice daño en una rodilla, debieron operarme, tuve que pasar meses en el dique seco, y tú, distancia, empezaste a ser un verdadero inconveniente para mí. Un auténtico fastidio, sinceramente. Y lo dejamos. Era, lo mejor.
Os confieso que yo nunca tuve bicicleta de pequeño, ni de joven, ni moto, e incluso ni coche. De hecho, yo no tengo vehículo. Por temas de pobreza, y de mil vicisitudes que hoy no viene a cuento el contar. Quizás, otro día.
Sí. Mi único vehículo de desplazamiento siempre han sido mis piernas. De pequeño, de adolescente y de madurito. Mis piernas me han permitido moverme y trasladarme hasta lugares amigos, y descubrir las maravillas increíbles de los paisajes de mi naturaleza geográfica cercana.
Gracias a mis piernas, he podido vivir muchas cosas. Y os confieso que lo he pasado rematadamente mal en estos interminables meses de listas de espera sanitarias y de la evolución post operatoria de la lesión. ¡Qué mal lo pasé! Mas, doy por bien empleado tanto dolor y tanta impotencia. Ya puedo paulatinamente ir pensando en que andar es una realidad, y a poder soñar con el olor del tomillo que hace en mis cercanas montañas valencianas y entrañables. Ventanas que se abren.
Siempre me encantó hacer deporte, y de intensidad. Lo necesito. Recuerdo, que, lesionado y todo, allá que me lanzaba a ritmo vivo por esa maravilla que es nuestro seco cauce del Turia de mi Valencia, hasta que finalmente, llegaba de vuelta a casa en unas condiciones de lamentable cojera y desatendiendo los médicos consejos. No. No lo podía evitar. Perdones mil.
Necesito moverme, sentir mi cuerpo sudoroso y vivo en movimiento, y que el paso de los kilómetros y del ritmo potente, eleven las satisfactorias endorfinas a mi cerebro. Preciso y necesito bien y ejercitarme. Creo, que seré un viejo, y seguiré camimando hasta que la tumba me separe de mi deseo. Ya se verá.
Por eso es que me he reconciliado con la distancia. Con mi amiga la distancia ya puedo soñar nuevamente. La distancia, se abre para mí, como una novia o una sugerencia. La distancia es el mundo, la expectativa, el viento duro y travieso, el apuro y el reto, el perderse en el sitio más extraño y excitante, ponerme en el lugar en donde viven otras gentes, y la gran propuesta para salir por fin de mí y de mi inamovilidad física e integral. Cuerpo y mente.
Gracias, amiga distancia. Siempre estaremos juntos. Yo iré a tí, y tú a mí ...
-ALEGRÍA Y NECESIDAD-