Eran mediados de los años ochenta. Siempre, los sábados. Yo, había conocido a un grupo de gente que practicaba el marathón, y había decidido unirme a ellos y a ellas,-bien pocas pero las había-, para de esta manera hacer lo que más me gustó siempre. Sí. Jugar, moverme, practicar deporte, fútbol, correr, y todo lo que con la actividad y ejercicio físico tuviera conexión. Me gustaban aquellos retos siempre extraños. Y apasionantes.
A mis veintiséis o veintisiete años, a mí no me pillaba el toro. Al llegar el sábado, y con miedo a llegar tarde a la cita del fondo y teniendo en cuenta que me hallaba a unos cuatro kilómetros de la Fuente de Viveros de la Alameda valenciana,-que era donde empezaba todo a las ocho y media en punto de la mañana-, tomaba el primer taxi que aparecía por la Gran Vía Fernando el Católico, y ataviado como máximo con un modesto chándal, allá que me aventuraba con toda la ilusión.
Aquel grupo de corredores, era conocido como el "Grupo Salvaje" de la Sociedad Deportiva Correcaminos, de la que yo era socio. Y desde la batuta directriz de uno de los grandes patriarcas del marathón en Valencia, como ha sido Toni Lastra,-muchos años presidente del club-, allá que marchábamos juntos durante varias horas, un puñado de románticos y entusiastas atletas populares. Bendita juventud.
Podría escribir un libro, solo con las anécdotas de lo que viví durante aquellos siete u ocho años que corrí con ellos. Pero, puestos a elegir, os seleccionaré una anécdota significativa y un tanto sorprendente. Pero, absolutamente real y literal.
Algunos sábados, al vernos correr en animada camaradería, aparecía algún que otro joven corredor, y nos preguntaba si podía correr con nosotros. Por supuesto que se le aceptaba. ¡A todas, y a todos! Mas luego debería pasar un examen sutil ...
Pasaban los minutos, y las medias horas, y entonces el muchacho de turno nos indagaba acerca de cuánto tiempo estaríamos corriendo aproximadamente. Nadie de nosotros le respondía, y nos hacíamos los sordos. Hasta que algunos kilómetros más adelante, nos volvía a preguntar el joven por la duración del entreno.
En ése momento, alguien de mi "Grupo Salvaje", le contestaba al muchacho que si le gustaba correr y si estaba disfrutando y pasándoselo bien. El chaval, asentía. Y entonces se le decía, que disfrutara y que no se preocupara ni le diera vueltas a la cabeza.
El chaval nos contemplaba asustado, y miraba a hurtadillas su reloj. Y como veía que no parábamos, solía esgrimir cualquier excusa, y entonces escurría el bulto y se iba.
-NO SIN ANTES DARNOS LAS GRACIAS-
0 comentarios:
Publicar un comentario