Mi balcón. Mi luz. El rinconcito de vida más importante de mi casa. Algunos de vosotros, ya lo sabéis. Tengo una gran afición por el cuidado de mis plantas. Las veo como un síntoma o metáfora de mi vida. De mí.
Hoy hace un día terrible en mi Valencia española. No es un calor habitual. Ni tan siquiera es viento de poniente o clima de África. No. El calor de hoy es brutalidad de rayos de punta, que caen agresivamente sobre las cabezas. Es un calor que pulveriza la capa de ozono que nos protege. Es un calor que hiere. Durísimo.
Mis plantas están entre asustadas y desconfiadas. A pesar de la sombra que trata de ser la persiana que las protege del directo impacto de los rayos de fuego, mis plantas del balcón hoy temen secarse. Morirse. Ceder al impacto brutal de un día duro.
Veo las formas de sus tallos y hojas. Es como si me estuvieran diciendo que se están defendiendo como gato panza arriba, y que no pueden garantizar esa fuerza habitual con la que resisten admirablemente todo el año. Mis plantas tienen hoy, miedo. Están como sudando sequedad. Resistiendo desmoralizadas.
De modo que yo agarro el agua del cántaro, y sé que van a sufrir como un bebé y lloroso. Lanzo el agua. Lo necesitan. Las plantas, me obedecen. Les da igual el agua y lo que suceda por mí y desde mí. Al principio, son reacias. Solo logro neutralizar el tremendo calor. La inmensa y desbocada temperatura. Hasta, que, finalmente, veo que me van entendiendo. Mi agua les va a ayudar a resistir y potenciar su confianza en su continuidad vital. Creen de nuevo en la vida y en su sentido.
Ése, es mi momento. Les lanzo agua verticalmente. Les insisto. Agua y más agua, aunque de modo suave. No quiero herirlas. Ahora, ellas me miran de otro modo. Saben que estoy haciendo todo lo correcto. Les estoy dando amor. Lo mejor de mí. Y me ven confiado y seguro. Les transmito vida.
Y yo, no me detengo. Convierto mi balcón en un oasis rescatado y esperanzador. Mis plantas, resisten. Y mi rostro, se relaja. Soy yo de nuevo con mis plantas. Me noto sereno y feliz. Me relaja ayudar a las plantas de mi balcón. Siempre vale la pena ayudar, hasta en los momentos más aparentemente adversos o inoportunamente inadecuados. Y de nuevo mi balcón se relaja, y las brasas del sol ceden y mueren.
Os confieso finalmente una cosa. Un pequeño pino que tengo en maceta, me sugiere que agradezca a mis lectores de Colombia su fidelidad a mi escribir.
-COSA QUE HAGO-
0 comentarios:
Publicar un comentario