Sorpresa de ponientón en mi Valencia. Treinta y siete grados. Viento potente, racheado. Mi balcón. Las plantas de mi balcón en peligro. El sol abrasa y ahoga. Semeja el desierto.
Y la persiana que les da sombra, se bambolea peligrosamente. Puede caer. Hay que sacrificarse. Levanto del todo la persiana, y la amarro bien. Fuera peligro. Pero todo es una gran tormenta de calor y sol.
Cuatro horas permanecen mis plantas sin protección de sombra, y a merced de la muerte de las raíces. El poniente sigue atacando. Hasta que allá a las séis de la tarde ya no aguanto más. Antes de que lleguen las primeras sombras vespertinas, tomo la decisión. Me la juego.
Tomo dos botellas de agua, y busco contrarrestar de alguna manera el calor del desierto y del demonio. Y lo hago con fe, con ilusión, y a la vez con la convicción de que debo ayudar como sea a mis plantas de la vida.
Allá que lanzo el agua sobre ellas. Con energía al principio. La idea es que no se sientan solas frente a la intemperie inportuna e inesperada de finales de Agosto. Y observo, que dos botellas no son suficientes. De modo que aprovecho que todavía no hay nadie en la calle, y busco una tercera botella de refresco. El aire seco y cálido sigue neutralizando y condicionando mis actos, pero arriesgo. Acepto el reto.
Después, tomo el espolvoreador de agua. El tema es que se mojen. Es,abrigarlas de humedad. O quitarles una ropa casi de polvo que las encorseta y las oprime. Me voy a los tallos, pero en realidad mi objetivo son las hojas de las plantas. Quiero ir hacia el color. Hacia el verdor. Necesito que mis plantas sientan la necesidad de respirar.
Las primeras sombras, me ayudan. Las pantas se están refugiando y acurrucando. Buena señal inicial. Seguro que buscarán su resistencia natural. No será fácil que perezcan. Convencido de éllo, las observo. Están despeinadas las hojas, por el viento bamboleante y lleno de calor. Aún es pronto. Todavía no debo corregirlas ni acariciarlas. Luchar contra un viento de sol, es una estupidez. Pero sé que ahora las plantas de mi vida tienen ya suficientes recursos.
Sí. Han combatido bien el meteoro inesperado. Siguen fuertes. Mis plantas del balcón se parecen a mí. Son audaces, cabezonas y resistentes. Saben además, que yo estoy ahí. Que las doy presencia y atención.
Ahora, es cuestión de no obsesionarse. De esperar a que caiga la noche, y que el viento de poniente se aleje. Mañana volveré a comprobar su estado. Lo merecen. Son un poco mis hijas.
-SON, LA VIDA-
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