Una mesa color verde. La infancia. Esta mesa verde la llevan mis padres, camino de una calle de Valencia en donde tiene la parada al autobús del Vedat de Torrente. La idea es tener una mesa campestre. Para pasar el domingo moviéndonos por la montaña. Al final del trayecto del autobús de El Vedat, donde está el supermercado dominical y el restaurante " El Porvenir", hay un sitio donde todavían alquilan sillas, pero no mesas.
La mesa. La mesa verde y mi infancia en el monte. Todo pequeño y familiar. Cogíamos caracoles que salían entre los matorrales tras la lluvia. O cerrados en sus escudos corporales, cuando el sol imponía su luenga dictadura. Mi niñez. Años sesenta. Entrañable y estático recuerdo.
Pero el tiempo pasa, y estoy empezando a cogerle manía a la otrora rutilante y plegable mesa verde, en la que comía mi madre, mi abuela, mi padre, mi hermano y yo. Una mesa familiar y vital. Apenas quedan ya supervivientes en mi familia de alegría y de campo.
Además, la mesa está empezando a deteriorarse , se bambolea inestable, ha quedado cursi y hortera, y no funciona para lo que había sido pensada, que era la libertad. Y no otra cosa.
La mesa. La mesa verde. La de siempre, hoy oxidada casi. Sí. Pero la mesa familiar ya no está en el ilusionante campo natural, sino en el interior de una habitación pequeña de una calle estrecha y sin luz; en otra calle y en otro recuerdo distinto a pesar de ser la misma mesa.
Sí. En la casa de mi hermano, donde ahora mora mi madre pre demente, sigue rozándome la mesa. Una mesa que ya no huele a libertad, sino a decepción y hasta a sorpresa inaudita. En esa mesa, sobra demasiada nostalgia. En esa mesa, el colorido solo puede ser de necesidad y de supervivencia. De coyuntura y de vicisitud temporal.
Habrá y vendrá un tiempo, en el que ya nunca más hablaré de esta mesa estancada y verde, que ahora solo me hace evocar el dolor y la impotencia. La ausencia difícil de la libertad. La calle oscura, los tonos sin brillo, la espera imposible y el enfado chillón.
Sí. Maldita mesa. Mesa verde que me lleva a la necesidad de escribir ésto. Algún día necesitaré no volverlo a hacer. Y volveré a mi casa, y a mi libertad, y dejaré la casa de mi hermano, y podré ser dueño de todas las cosas de mi destino. Y tendré una mesa nueva y una silla de asiento feliz. Y el presente de indicativo le dará un enorme bofetón a mis pesares. Y los pájaros volverán a saltar del nido, camino de la sacra montaña de la felicidad.
-OS LO PROMETO-
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