lunes, 3 de octubre de 2011

- LA ALEGRÍA DEL GITANO -



Y de repente, algo que no vas a esperar. El día de otoño, huele a rutina cotidiana y hasta pelín deprimente. Las cosas, en la mañana, parecen estar en el sitio monótono y convencional que se les ha asignado. Molesta inercia reglada.
Rompiendo con alegría las reglas reglas del juego del tedio, sí, casi por sorpresa, se escucha como un gran estruendo de amor y emoción.
Es música voluntariosa y arcáica, la cual se pasa por el forro a todos los decibelios permitidos por mi soberana raza blanca. Un par de gitanos, sigue itinerante su ancestro y cultura por la gran ciudad. Uno, lleva un piano con ruedas, y el otro, una gorra para recibir dádivas de metal. Trueques.
Los payos, somos reacios. No nos gusta eso. Está prohibido. No son horas. Las leyes, dicen que no. Pero yo decido asomarme a la ventana. La música de potencia, todo lo inunda. La rúa fría, se ha convertido en un plató alegre con olor a ágora libre. Torbellino desnudo.
A mí, también me da igual todo. Si llaman al timbre, o bien será el cartero, o  el    primer  vendeburras que haya tejido en un despacho una idea carroñera para mis recursos.
Estos gitanos, no quieren ser de hoy. Por éso sacan su libertad, y muestran   con   infante descaro su faceta de arte y de amor. Sí. El gitano ambulante te lanza la música potente, con la idea de que tú te pondrás contento, te saldrá la humana y alegre sonrisa, y de paso le tirarás un euro en su gorra bote. Y desde la ventana, o desde donde haga falta. Es lo mismo.
El gitano de la barriada ya sabe que estoy ahí, y por eso viene. Porque es posible que le llueva un euro como en el bonoloto, a las once de la mañana mientras cuido la senectud de mi madre. La anciana, siente que le brilla el ojo de la novedad. Pasa algo. Hay una música. Son los audaces calés. Maravillosos furtivos.
Por imitación y para evitarse líos hipotéticos, cuando ven que el gitano mira para arriba y que le tiro el euro y me dice que soy una buena persona y me desea que tenga muy buenos días, los demás vecinos también miran expectantes y con morbo tranquilizado, y alguno más se atreve a tirarle alguna que otra moneda. Bien pocos. El miedo xenófobo, les tiene presos.    El estigma.
El gitano, recibe una mirada de su compañero del piano estrepitoso, itinerante y prohibido. La mirada, significa que la policía les ronda con sus coches patrullas, y que no es mala idea el alejarse de allí y buscar otra barriada y otra distancia. Y, se van. Volverán otro día.
¿Dónde queda la magia? En los buenos corazones. Los gitanillos han roto la gris manzana con su audacia inusual. Han movido algunas emociones. Nos han trasladado a otros tiempos y a otras utopías. Y, de alguna manera, ha sido posible una libertad capada.
¡BUENOS DÍAS TENGÁIS, CALÉS!

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