Hace bien pocas semanas que me decidí. Estaba siendo más que urgente hacer algo. Apenas sé cocinar. Y desde la inercia del ir tirando, yo me negaba a mí mismo una asignatura vital para mi bienestar. No daba el paso. Postergaba por mil miedos y algunas razones más válidas la decisión, y pasaban los meses.
El motivo de todo, tuvo su origen en mi nueva situación y actitud. Empiezo a sentir mi casa realmente como mía y con todas sus responsabilidades. Mi casa de los techos y paredes, y mi casa de mí.
Mi amiga Miren, tiró de mí. Sugirió a su estilo, fue amiga nuevamente, y opinó. Yo, que soy su amigo, la escuché. Me dijo que estaba muy bien lo que yo objetaba, pero que ella era partidaria de otra cosa. Yo, ya lo sabía. Pero algo me paraba. Hasta que, casi con impulsividad e impaciencia, la llamé y le mandé correos electrónicos. Ponía: "pensat y fet". En valenciano. Que, significa: pensado y hecho. Es decir, que si me ponía a pensar y a repensar, no llegaría a moverme dentro de mi crecer y ambición saludable y loable.
Como yo,-aunque tengo familia-, en la práctica no existe, me dije a mí mismo que todo da igual, y que hacia adelante. Sé que he de crecer y seguir sin mi hermano casi, sin mis primos hermanos, sin mis sobrinos y sin nada. Sí. He de seguir, había de seguir, tenía que seguir con la conciencia tranquila y limpia; mi camino no ofrecía dudas. Ya lo estoy pisando. Mi superación ya difícilmente la pararán los ausencias. No lo harán.
A los pocos días llamé a un joven chaval , estudiante de hostelería. Tenía miedo y hasta vergüenza para convocarle. Pero, David, que así se llama el chico, se puso al teléfono y mostró naturalidad y bastante madurez y comprensión para su edad. Y lo que no comprende bien, no hace por insistir preguntando. Debe intuír que mi vida ha sido de todo menos convencional o al uso.
Mis primeras compras, el precio, la variedad en los platos, y todos los etcéteras que se van aprendiendo en otras juveniles etapas de la vida. ¡Oye, qué miedo! Esto es para abrumar. Pero, sí, pensado y hecho. Poca cosa de pensar. El tiempo es oro y corre rápido. David es valencianoparlante, es de un pueblo aledaño a Valencia, y su habla me hace que yo me pase el tiempo dirigiéndome a él en la lengua de mis padres y de mis abuelos. Estoy aprendiendo a cocinar en valenciano. Y éso me tranquiliza y pienso mucho en mi abuela y en mi padre y madre, que lo hablaban siempre. Y en que, en esta casa, solo se hablaba mi idioma vernáculo. El buen y entrañable pasado.
Imaginad el trajín. El Mercadona, la frutería, los precios, los primeros y segundos platos, la dieta equilibrada, el intentar que todo me salga bien a la primera, la falta de tiempo, y mis elaboraciones primerizas.
Ya me sé varios platos. David me dice que la cosa va bien y que no me agobie. Que, me ve suelto y con buena destreza para estar en párvulos de gastronomía. Que, voy bien.
Pasados los sustos y los nervios, cansado y preocupado, me invade una sonrisa de satisfacción potentísima e inexpresable en su verdadera magnitud. Ya tengo las cenas para toda la semana. Mis primeras cenas calientes hechas por mí.
Y eso me da y confiere un nuevo perfil. Esa aparente cosa menor que es cocinar y cuidarme, es en realidad algo que me maravilla y me define bien. Estoy haciendo sólida y sana mi vida, consistente y aceptable. Porque mis sabores no salen malos, porque me supero a mí mismo cada día y eso me llena hasta de grata sorpresa. Me vuelvo autónomo y me autogestiono, me quiero más, y seguro que l@s demás también a mí.
¡A LA COCINA!
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