Johhanesburgo. Soccer city Stadium. África del Sur. España, en su gira premundialista y de fútbol, regresa al campo histórico e inolvidable. Y es emoción y todo el sabor de la alegría. Ahí mismo en donde están ahora, los chicos de Del Bosque la liaron parda. Ganaron el Mundial. E hicieron el Everest más inolvidable y con más repercusión social y popular de toda la historia del deporte español.
Fue increíble a la vez que real. Holanda y Robben nos presentaron un duro empate. Casillas había hecho una heroicidad en un balón aparentemente imposible. Bullía todo en medio de la más que merviosa y tensa prórroga. Hasta que apareció Iniesta y la enchufó: ¡¡¡ Gooooool !!! Y todo el país, estalló. Había nacido y renacido un mito. Nunca nadie que sepa de fútbol en el mundo podrá dejar de citarlo: Andrés Iniesta, Fuentealbilla, Albacete, mirada tímida y de pueblo, educado y mago con el balón. ¡Y el autor de la gran hazaña de aquel gol que nos histerizó! ...
Ahora andan por allí de gira los jugadores que hicieron la hazaña. Y las televisiones nos bombardean hasta el paroxismo iterativo con aquel balón que pasó por Navas y Cesc, y que Iniesta cañoneó a las redes del cielo y de lo inolvidable. ¡Qué gusto!
Fuimos muy felices aquella noche brutal y maravillosa. Aquel Mundial un tanto exótico de vuvuzelas ensordecedores, y de frío, y de fracaso inicial. ¡Perdimos al debut con Suiza! Un enorme fiasco nunca esperado en una selección especial y mágica.
Pero solo nos acordamos de que el vestuario hizo piña y de que Villa, Xavi y los suyos no se vinieran precisamente abajo. Y sin un delantero centro y jugando al control del balón y a la clase, remontaron y siguieron hacia adelante. Y los fatalistas callaban pícaros, esperando un nuevo gran derrumbe. No fue posible. ¡Aquel Mundial fue para nosotros los españoles! El mayor éxito posible, lo teníamos en nuestro poder y dentro de nuestro zurrón. ¡Lo habíamos logrado! ¡Oye, los mejores! Y, demostrable ...
¡Gooooooool! Ponle todas las oes que quieras. Andrés atinó de nuevo. El mago bajito de Fuentealbilla había sido. Porque al principio y en medio de tanto placer no lográbamos saberlo, ¿quién habría sido el gran héroe? Él. Había sido el jugador más imaginativo y querido. El muchacho tímido nacido de bien abajo. Del pueblo. De la pelota modesta y de padre trabajador. El niño que había crecido en el Barça y que estaba tocado por los grandes dioses del deporte y de la victoria.
¡Otra vez, increíble! Y el beso de Casillas a su Sara Carbonero y las sillas por los aires, y las duchas con confetti mojando de alegría todas las pieles en el vestuario y fuera de él. España salió al día siguiente tras una interminable noche, con una idea feliz en la cabeza: ¡Éramos campeones mundiales!
Sí. Salimos orgullosos y dispuestos a hablar y a loar acerca de un equipo fantástico. A fardar y presumir. Son los nuestros. Lo han conseguido tras la machada europea, por vez primera. La Historia del fútbol español quedaba arcáica y demodée. Había un antes y un después de aquella pica. Ni Flandes, ni Amberes, ni la furia, ni Camacho, ni Manolo el del bombo, ni todo el atrás. ¡Nada!
Hace tres años y pico, en Johhanesburgo, pasó algo especial y hasta inimaginable. ¡Tuvimos suerte, coño! Nos tocó la lotería de la lógica y de la calidad. Fue todo justo y bien. Nos pusimos las botas y nos llevamos el gato al agua. Apareció Iniesta, y, ¡goooooool! ...
¡ GOOOOOOOOL !
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