Se acabó. Ya no podía permitirme el lujo de subirme la botella de butano durante tres pisos sin ascensor. Mi rodilla me iba a aconsejar la ruptura definitiva con esa energía que le había dado calor y bienestar a mi casa durante tantos años. No me quedaba otro remedio que cambiar los métodos.
¡Eléctrico! Ahora, todo el calor de mi casa procedería de la luz eléctrica. Incluída el agua. Sí. Me ducharía con agua caliente procedente de un termorregulador, el cual adquirí en una tienda.
Y ahí empezó la ternura y hasta la travesura adversa. Porque un amigo que había sido fontanero, me lo instaló pegado a las paredes. Hizo lo que pudo. Lo enganchó bien, pero ...
Llamé a un fontanero profesional que me sacó setenta euros más. Ahora ya todo parecía okey. Perfecto. Era verano y hacía calor.
Recuerdo acojonado el día del estreno del termo para la ducha. Solo debía esperar unos minutos, y los escasos doce o catorce litros del termo servirían para proceder a mi higiene diaria. Pero ...
Pero pasaban los minutos y aquello no se calentaba. Treinta minutos de nervios y expectación, y el piloto rojo del termo se apagó finalmente. Una vez producida el agua caliente, apagué el enchufe. Insisto. Era verano hacía calor, y todas esas cosas inherentes ... Cuando llegaron los primeros fríos, empecé a fruncir el ceño. Con ambiente propicio a los constipados, ¿cómo esperar cerca de una hora a que el caprichoso termo tuviese a bien calentar el agua? ¡Ahí fallaba algo! Algo no debía ir bien. ¡Joder! ...
Antes de mi gran descubrimiento y mi bisoñez, pasaron muchas gentes por aquella instancia. Familia, ninguna. Pero sí otras personas, las cuales nunca me advirtieron nada acerca del termo y de que no estaba enchufado. Y que eso era un grave error ...
Ya no pude más. El martes pasado se lo pregunté a Rosa, que es la mujer que viene todas las semanas a limpiarme el polvo y a hacer la decencia de la casa: "Oye Rosa, ¿y si dejo el termo permanentemente enchufado, no habrá peligro de que estalle?, ¿y si encarece muchísimo la factura de la luz?" ...
Ni estallaría, ni nada del recibo de la luz. Todo temores e inexperiencias. Ahora, ¡ya todo ha cambiado!
Porque ahora, en cuanto llego a casa, ya puedo pasar a ducharme al estar todo caliente. Y cuando me levanto por las mañanas, ya no debo tirarme el agua fría por la cara y las manos. Y cuando friego los platos por la noche, el agua fría ya no me deja congelado. ¡C´est finie! ...
El enchufe, ¡siempre conectado! El termo, siempre enchufado. Y, yo. Yo me he conectado mucho mejor a la realidad. Nunca me han gustado en exceso los héroes. Prefiero otros temas. Sí. He superado otra asignatura pendiente en medio de mi desierto rocoso. Ya sé qué es lo más conveniente para mí en mi casa.
Y también sé que lo del termo es una anécdota. Pero, significativa. Porque debí saber mucho antes lo que debía de hacer. Desde el primer día. Desde el mismo día en el que me lo compré, fuese verano, primavera, otoño, o invierno. Siempre debí saberlo ...
No me vale con que mi familia no esté, o que algo tan básico pasara tan desapercibido para mis amistades y cercanos. Éso, son excusas. Y también unas ciertas ganas de nostalgia.
Porque lo que a mí me importa, siempre es el aprender y lo que tiene que venir. El atrás me trae al pairo. Me da igual. Y por eso miro desde una perspectiva de ternura lo que vino sucediendo. Quiero y debo seguir creciendo y experienciando. Con calor y rigor.
-ES MI MÁXIMA-
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