miércoles, 7 de agosto de 2013

- POR FIN EN NORMANDÍA -



Cuando nos sacaron del barco en busca del gran objetivo de la Democracia, me sentí un tanto aliviado. Yo era soldado americano, y en Europa nos necesitaban. Un tipo alemán llamado Hitler había secuestrado toda la libertad de los individuos. Debíamos ayudarles.
La noche anterior al desembarco en Normandía, casi no logré conciliar el sueño. En la jornada siguiente, podía morir. Lo valoré todo sin pensar jamás en la deserción, y afronté mi profunda convicción. Alguien tenía que ponerles el cascabel el gato a los putos nazis. Sí. Esa noche pasó más que volando. Miedo, nervios, inquietud, responsabilidad, y ganas de acción. ¡De todo! ...
Lo siguiente que recuerdo es emocional y entrañable. ¡Los míos! Mi mujer, mis pequeños niños, mi familia, mis amigos y mis fieles entrañables compñeros en la batalla. Y, la libertad. Nosotros representábamos la sana idea de la libertad.
Una voz me sacó del marasmo. Mi mando más inmediato nos dijo que: "¡Al ataque!" ...
Y allá que fuimos con las barcazas armados hasta los dientes, y nos aproximamos a la gran playa normanda. Al principio había un tremendo y acojonador silencio. Solo nosotros al movernos provocábamos el ruído. Y en esa audaz y valiente confianza decidimos comprobar el nivel del agua, y cuando hicimos pie, nuestra decisión pareció multiplicarse.
Y en ese momento, el infierno. ¡Los alemanes! Agazapados tras estratégicas trincheras hechas en la misma playa, comenzaron a escupirnos desde sus ametralladoras fuego letal.
Les grité: ¡hijos de puta!. Les lancé todo tipo de imprecaciones y de miradas defensivas de odio. Pero mis compañeros, se caían muertos en el suelo. Oh, Clark, James, Farland, Oxon, Rupps, y tantos y tantos entrañables amigos, se desangraban. El infierno estaba en la playa. Nunca he visto tanto desgarro y tanta muerte. Pero jamás miré hacia atrás. Mi mente me decía que intentara hacer algo por mis amigos, pero también me informaba de que el siguiente en caer achicharrado de sangre podía ser yo.
Varias veces, me hice el muerto. Repté como un herido para disimular, pero yo sabía que los nazis me tenían en el visor de sus nefastas ametralladoras y que todo podía ser cuestión de segundos.
La gente se organizaba bien en melée. Tratábamos de generarles confusión entre los vivos y los muertos. Afortunadamente, notaba que mis compañeros que venían desde atrás me empujaban hacia adelante para darme arrojo y mucho más ánimo y aliento. "¡Seguid, seguid, seguid!", decían.
Cuando mis pies pisaron finalmente la arena, me sentí como indestructible y más que eufórico. Lo íbamos consiguiendo. De modo que me tiré al suelo. Y entonces impulsé mi metralleta hacia adelante y solté decenas de disparos aparentemente infructuosos.
Hasta que finalmente vi a unos alemanes que se replegaban. Corrí hacia ellos, pero un compañero me sujetó. Era una trampa de los nazis. Lo mejor era seguir agachados, hacer grupo y esperar más órdenes.
Ya en mi cara comenzaba a dibujarse la buena nueva de la alegría. Estaba vivo. Y no habían podido con nosotros. Ya estábamos en Europa. Los nazis lo llevaban claro. Íbamos a por ellos, y a devolver a los ciudadanos europeos su derecho a ser plenamente libres.
-NUNCA ME SENTÍ UN HÉROE-

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