Sin miramientos. Africano. Un odio profundo entre los dos hermanos. No se sabe muy bien el porqué se odian. Posiblemente no lo saben ni ellos dos. Mas, nada es casual. El odio que se profesan tiene unas razones que no justificaciones. Todo tiene un origen.
La madre de los dos hermanos, llamada Margret, les mira entre asustada y misteriosa. Adolf ha traspasado los límites defensivos de Robert, y este último se ha defendido. Adolf no se ha amilanado. Todo es un juego de poder. Quiere comerle el terreno a Robert, pero Robert ha crecido y se defiende.
Pero el odio es visceral y no conoce de razón. Es ráfaga e impulso. De modo que los dos hermanos se zarandean buscando la extraña justicia de sus posiciones. No se pegan casi, pero se acosan territorialmente. Se insultan en lo más grave, se increpan buscándose las partes más vulnerables, se amenazan, y el sudor del verano ni siquiera parece existir ni molestarles. Están en lo que están.
Margret, lo sabe todo. También se siente protagonista de la mala relación. El que se lleven a bofetadas y sin miramientos, lo gestó ella. Margret se siente fuerte en medio de la lid, del mismo modo que dicen que sutilmente Saturno devoró a sus hijos. Margret se siente victoriosa en medio de una vida que nunca le gustó.
Margret no quería ser madre. Ni se sentía capaz de darles cariño a sus hijos venideros, ni la llamada de la maternidad le hacía el más mínimo tilín. Más bien era todo adversidad. Un dejar, un dejarse, una derrota, un derrotarse, y un hacer que un maléfico destino se cumpliera.
Además, Margret contó con mucha ayuda para su extraña desesperación. Su difunto marido Artur, se desentendió por completo de sus hijos. Nunca al hombre le preocupó si estudiaban o si se socializaban. Ésto, desató aún más el afán de vendetta de Margret sobre sus vástagos. ¿Preñada y sin ayuda?, ¿dándoles el pecho y sola?, ¿llevándoles a la escuela, e indiferencia por parte de Artur? ...
¡No! Margret pensó que ella también iba a existir en el mundo y que pronto mostraría su sentido del estar aquí. Una forma, un modo, serían sus hijos. ¡No a todo! A estudiar, a callar, nada de confiar en ellos, que se apañaran, y que sobre todo que siempre la libertad de sus hijos Adolf y Robert no fuese sino la respuesta absoluta a todos sus deseos. Sus hijos eran su propiedad, y a obedecer. Le habían jodido la vida. Se iban a enterar ...
Ahí están. Frente a frente. Inaceptándose, echándose todo en la cara, atacándose físicamente, buscándose mutuamente una victoria como sucede en la selva no civilizada.
Adolf y Robert se dicen que se odiarán siempre. Pero no saben que son dos fáciles presas que lloran a cualquier cosa que Margret desea que lloren. Les domina, les marca los tiempos, las emociones y las audacias, les maltrata sin que se den cuenta, les mangonea y les manipula los sentimientos. Les hace daño.
Porque ni siquiera el odio que Adolf y Robert se tienen, es de éllos. No es propio. Es un odio que su madre Margret les fui inoculando desde bien temprana edad. Desde la teta, desde la mochila, desde el competirlos entre sí, desde el hacer que no se aceptaran, desde el no querer nunca darles amor ...
Ahora ya es todo muy tarde. Y la cínica y dura Margret asiste temerosa al enfrentamiento permanente. Ha creado a dos seres que nunca se tendrán amor ni aceptación, que jamás se darán un abrazo ni un beso, y que siempre se mirarán desde la desconfianza y el recelo.
- ¿ES PARA SENTIRSE VENCEDORA? -
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